¡Itayetzi se arrastra sobre cadáveres
empolvados! Busca con la mirada a su hijo y a sus padres. Le arde y le duele
todo el cuerpo; no siente nada. Se desespera, se angustia, acaso siente terror. No puede ver bien, mantener sus ojos abiertos le incomoda, se esfuerza
demasiado, pero no le importa; tiene el rostro arañado y también empolvado.
Tose. Traga saliva. Vuelve a toser y le duelen las costillas. ¡Grita y llora! Intenta incorporarse. Fracasa. Voltea y ve sus piernas. ¡Se desmaya sin
poder gritar su dolor!
El inicio o el fin de algo es muy rápido, ocurre en un attosegundo. Necesitamos
inventar palabras, adverbios; adherir prefijos, sufijos o crear neologismos para poder hablar de ellos; quizá no entenderlos, pero sí transmitir aquéllo a
lo que nos referimos. El intersticio entre lo que se quiere decir y lo que
alguien puede llegar a entender es, irremediablemente, un volado entre la esperanza y la conveniencia.
–Buenas tardes, ¿usted es el maestro Manuel? Me dijeron que aquí…
–Adelante, pase. Usted debe ser la señorita Itayetzi. Me dijo Enrique
que vendría a buscarme porque tiene un proyecto educativo para los hablantes
del Tzeltal. Siéntese –le dijo Manuel, señalándo una silla.
–Mi padrino trabajó con usted en Guanajuato; lo describió como una
persona que le gusta innovar procesos educativos, aplicarlos sin mucho trámite.
Manuel sonrió complacido y agregó solemne: –La teoría en el campo
educativo es fundamental, pero en nuestros contextos latinoamericanos muchas
veces no hay financiamiento para la investigación o hay demasiada burocracia y
no queda más que operarlos y entonces ver qué pasa. En todo caso, es mejor que
no hacer nada.
–Dígame, Itayetzi, ¿qué significa su nombre?
–Gotita de luna o Espiga dorada, dice en Internet. Mi padre dice que así
se llamaba mi abuela, pero no conoce su significado. En la escuela aprendí a
hablar en español y muy pocas cosas en la lengua de mis padres. Leí en Internet
que “agua pequeña” se dice “Atzintli” y que luna, “metztli”, pero prefiero
entender que significa algo que aún no descubro.
–Justo por eso vengo a verlo, maestro Manuel. Tengo un proyecto para
transmitir conocimientos sociales en la lengua de mi comunidad –agregó
sonriente y ansiosa.
–Cuénteme de qué se trata.
Itayetzi se explayó con confianza.
–Es un año muy difícil –advirtió Manuel–, es el previo a las
elecciones presidenciales y tal vez haya cambio de partido en Los Pinos; las
cosas en los gobiernos no van a avanzar, por ahora, con éste ni con ningún
proyecto de este tipo, pero cristalicemos algo sólido y busquemos en la
iniciativa privada internacional.
Itayetzi abre los ojos. No ve nada y no
sabe si es la oscuridad de la noche o si no puede ver. No piensa si ha pasado
mucho o poco tiempo desde que… Piensa, piensa. No sabe, no recuerda o imagina.
Busca a su hijo y a sus padres. Ve escenas. Deduce que está alucinando. Se
entera que está herida. Se van las imágenes. Duele, duele mucho. Empieza a
apestar. Cierra los párpados y todo sigue siendo oscuridad.
–No esté nerviosa, Itayetzi. Su proyecto es muy bueno. Sólo tiene que explicarlo
tal y como lo hizo conmigo, al representante de Google en México para que sea
incluido en el proyecto de lenguajes en extinción. Cuando vean el documental en
tzeltal para YouTube, sobre la menstruación y el embarazo, quedarán fascinados,
ya lo verá.
La presentación fue exitosa para Itayetzi; sería parte del proyecto de
la transnacional en su región para varios dialectos, no sólo para el
tzeltal.
Itayetzi sentía que volaba. Tan alegre estaba que por la noche de ese
día que intentó darle un significado a su nombre.
Antes de despedirse, Manuel no quiso desanimarla; sabía que
eventualmente tendrían que lograr que muchas comunidades tuvieran acceso,
primero, a la red de electrificación y luego a la infraestructura tecnológica y
equipamiento necesarios para que los habitantes de esas comunidades marginales pudieran
acceder a Internet.
Itayetzi ¿recuerda, imagina?, cuando se
enamoró. Es un hombre muy pesimista y controlador. La hace sentir deseada y amada.
Recuerda su primer orgasmo. Él la mira. Ella se deja mirar y no sabe qué hacer.
Luego lo acaricia en la cara y él llora. A ella le tiemblan las piernas y
sonríe.
–Itayetzi, necesitamos a alguien que entienda de empresa y política. Las
cosas están muy difíciles en estos municipios autónomos, con los caciques, con
el sindicato, con los presidentes municipales aledaños. El proyecto lo va a
dirigir Aristóteles; puedes asistirlo y tu sueldo será muy bueno. Estarás cerca
de nuestro proyecto.
Itayetzi no sobrevivirá por muchos minutos. Un terremoto de 9.5 grados,
en la escala de Richter acaba de destruir el centro del continente americano.
He leído libros, escuchado música y visto películas occidentales;
pocos de Oriente o de Medio oriente. He hecho lo mismo respecto de eso que abstractamente
se puede llamar “mexicanidad” y, sin embargo, no sabría qué decirle ahora a
Itayetzi.
Me llamo Itayetzi. Me duele. Me arde. No sé
si veo oscuridad o no veo. Pienso. No sé si recuerdo o imagino. Me llamo
Itayetzi.