jueves, 22 de octubre de 2015

Knock Out y Home Run

“The ball I threw while playing in the park has not yet reached the ground.”
(Dylan Thomas)

“If you’re travelin’ in the North Country fair, where the winds hit heavy on the borderline.
Remember me to one who lives there, for she was a true love of mine.”
(Bob Dylan)

Carta Abierta (CA) fue el taller. Ha terminado su ciclo y es hora de mover mis ideas de este blog. Ha sido el más genuino secreto que he contado, el mejor cuento que he ocultado; poco más de ocho años y medio.

El título alude a las expresiones que definen dos deportes que casi no entiendo porque no me gusta verlos: box y béisbol. Ambos términos me aportan la base metafórica por medio de la cual, hacia el final, explicaré este adiós sin mucho detalle.

Así empieza este último texto en Carta Abierta. 

Hay cuatro cuentos o relatos que son definitorios para este escritor. Los enlistaré y al título le agregaré el enlace para que puedan leerlos con facilidad. Un par de ellos fueron publicados en la revista digital Replicante.

1. “Comunicaciones”. A los nueve meses (diciembre de 2007) de haber empezado a escribir en este blog, plasmé algo realmente significativo en términos de lo que puede aprender uno de sí mismo al escribir sobre su vida, sin caer en autobiografía o laborterapia.

2. La Leyenda de la Sirena y el Delfín”. Recién cumplidos los tres años de CA, no entendía muchas cosas sobre las mujeres; una de ellas, quien ahora es mi mejor amiga, me hizo entender, a partir de lo vivido y de una manera poco ortodoxa, lo que es amor, lo que es pasión y lo que es calentura. Casi siempre el sentido de la pérdida es dotarnos de aprendizajes perdurables.

3. “El Rey Arturo de Hartmann y el Imperio del Tránsito”. En abril de 2011, experimenté algo que ya sabía que podía hacer, pero que no había logrado: literatura lejos de mi ser, con escenarios complejos, pero escritos con claridad. Digamos que ahí empecé a creérmela, pero el impulso no duro mucho por diferentes razones.

4. "Este Fuego". Es el texto que cierra y sintetiza el círculo significativo de CA. Escrito en 2013, representa el hallazgo de mi fuerza y, también, una terquedad y renuencia para usarla. De muchas maneras este texto se niega a ser parte de Carta Abierta, pero es una negación funcional para el blog.

Así termina este último texto en Carta Abierta.

El título alude a un desentendimiento que ya percibo entre lo que es CA y el significado que ha venido adquiriendo lo que escribo. En la vida hay que tener timing y el instinto afinado para batear "con todo" la pelota indicada; luego, reconocer con sabiduría el Knock out con el que debemos caer y no tambalearnos sin provecho alguno; y luego, sólo entonces, sin esperar mucho, con fuerza levantarnos ya en otro cuadrilátero, ya en otra arena, porque justo cuando la pelota va subiendo de Home run, significa que ya se trata de otro juego y sólo resta correr.

martes, 13 de octubre de 2015

El Tipo que se Parecía a Domingo

El viernes pasado, Milagros fue invitada a casa del Doctor Juan Ibáñez; eminente mitólogo del país, quien a pesar de su charming smile drunk, no había logrado seducirla.

–Oye, Ibáñez, ¿quién es ese cuate que está observando tus máscaras? –le preguntaron, mientras él servía unas botanas. –Ah, es amigo de mi primo, quien no ha llegado –respondió el doctor Juan antes de terminar de un trago su whiskey. No dejaba de mirar la puerta; esperaba con ansias la llegada de Milagros–.

–Hace rato estaba platicando con él –se inmiscuyó alguien más en la plática– y se me figuró que estaba frente a Domingo, el personaje de Chesterton.

–Ah, el de El hombre que fue jueves; chingona novela –rememoró Ibáñez buscando la botella para servirse más–. Ese personaje sí que es una máscara ambulante.

Pasaron dos horas. El doctor Juan estaba impaciente, pues Milagros no llegaba, cuando alguien abrió la puerta y apareció ella. No miento si digo que el doctor, cual Mike Powell, llegó de un salto hasta la puerta; Milagros no se percató de esa atlética proeza, puesto que estaba saludando a los demás.

–Vaya, pensé que no llegarías, vampira –le dijo en tono burlón.

–Por qué me dices vampira –Milagros lo miró con suspicacia. –¿Te sirvo algo?

Mientras el doctor fue a la cocina, el tipo que se parecía a Domingo, empezó a charlar con Milagros.

–Yo no sé mucho de máscaras –dijo con soberbia–, pero casi todos las usan para engañar, encantar o burlar a alguien.

–A mí me gustan las máscaras porque me recuerdan un cuento que de niña me contaba mi abuela. No recuerdo bien la trama, pero había una cebolla en la historia y alguien le quitaba sus capas esperando encontrar el motivo por el cual hacía llorar a quien la rebanaba.

–Tiene sentido, ¿sabes?, porque detrás de cada máscara hay otra y otra y otra… Al final, el mayor peligro es no saber quién eres –aseveró el tipo que se parecía a Domingo con un tono introspectivo y dictatorial.

–¿Tú eres amigo de Ibáñez?

–No, me invitó su primo Victor, pero me acaba de enviar un mensaje; no vendrá. De hecho no conozco a nadie aquí; sólo he hablado contigo. Ah, y saludé al tipo que me abrió la puerta, pero ya me voy. Adiós.

–Está bien, suerte.

El doctor ni siquiera se percató de esa charla. Llegó con los tragos. –Brindemos por tu colección de máscaras, Ibáñez, dijo ella levantando su copa sonriendo cerca de la cara del doctor Juan.

–Me gustas más sin maquillaje, me encanta tu piel pálida.

–Eres contradictorio, Ibáñez, tienes una gran colección de máscaras y tu comportamiento es lo opuesto a lo que cultivas. Eres directo, sincero; no sé si seas cínico, pero a veces caes en la desfachatez.

–Colecciono máscaras por las historias o mitos que hay detrás de ellas. Por lo demás, me gusta ser directo y más con las mujeres. Me parece que en el cortejo no es indispensable la dilación como medio para la excitación. A veces me aprovecho de ese convencionalismo porque así, mi arrebato es percibido como sorpresa y es más fácil conquistar a una mujer. –Pues te adelanto que conmigo no te funcionará –dijo ella chocando su copa con la de él.

–Esa máscara, en la esquina superior, está hecha con granadillo negro, es una madera que no flota en el agua. La compré en Chad, la hizo una africana a quien le habían practicado la infibulación. Mira la forma de su prominente lengua. –Cierto, es un clítoris erecto, afirmó para sí.

–Sabes, las máscaras también sirven como mecanismos de defensa, por ejemplo, para anular el horror, que es inasible por ser un fenómeno inhumano; entonces en el horror el miedo no tiene propietario, no hay entidad tangible para combatir; en cambio, al terror lo podemos manejar porque es tangible, perceptible…

–Lovecraft–, dijo el doctor sonriendo.

–No entiendo–, replicó ella.

–Sí, esa diferencia que haces entre horror y terror la plasmó Lovecraft en un libro; no recuerdo el nombre.

–Yo lo dije porque me acordé de lo que sentí cuando vi La bruja de Blair a diferencia de lo que me causó Psicosis.

El tipo que se parecía a Domingo no se había ido; estaba conversando con una persona cerca de la salida. Se le miraba impaciente, como si tuviera prisa por irse. Parecía de esas personas que por educación, toleran la conversación más aburrida o los argumentos más inaceptables, antes que detener o increpar a su interlocutor.

–Ibáñez, ¿sabes por qué no me voy a quedar en tu casa, ni hoy ni ninguna otra noche?… –Sí, ya me has dicho que no te gustan los frees –la interrumpió el doctor con desenfado.

–No, me gusta la piel y la sangre gratuitas. No me quedaré simplemente porque no sabes mentir; quiero que me mientas. Una mentira no es lo mismo que un engaño. Mentir es jugar junto con alguien; engañar es jugar con alguien. Mentir es inventar, como los niños que con un par de muñecos inventan mundos, historias; engañar es distraer para lograr un objetivo ulterior, como los magos.

–Eres imposible –el doctor se enfadó y se fue rumbo a la cocina. En el camino se encontró con el tipo que se parecía a Domingo–.

–¿Por qué no vino el pinche Victor? –casi le reprochó.

–Antes de llegar me envió un mensaje, me dijo que ya estaba aquí –atajó con seriedad el tipo que se parecía a Domingo. Mintió porque de otra manera se hubiera sentido fuera de lugar, pues no conocía a nadie y sólo estaba ahí para entregarle unos documentos a Victor. Mantener latente el arribo de éste, lo hacía sentirse menos invasivo–.

Pasaron dos horas y el doctor Juan no había vuelto a hablar con Milagros. Estuvo atendiendo al resto de sus invitados, pero nunca la perdió de vista. Desde diferentes rincones la observaba como quien espera que su presa cometa una equivocación, hasta que el tipo que se parecía a Domingo la volvió a abordar.

–Sabes, además de lo que te dije hace rato, las máscaras también ayudan a que uno se sienta menos ajeno a situaciones como ésta. No conozco a nadie, pero ya eres la tercera persona con la que interactúo.

Milagros sabía que el doctor Ibáñez la miraba de lejos.

–Me gusta tu look, muy inglés; te sienta bien esta gabardina y esa corbata está muy linda –Milagros palpó su corbata y fingió arreglarla. Pareces un espía.

–Me he olvidado de quitarme la gabardina; mi traje es de sastre, de uno muy famoso que tiene su local en Shakespeare, en la Anzures –remató con soberbia el tipo que se parecía a Domingo–.

El doctor Ibáñez se acercó a ellos como boxeador en el primer asalto; lo inquietó la escena.
                                                                                                                                     
–¿Pensé que ya nos habíamos despedido? –sin preámbulos preguntó el doctor, dándose cuenta de su descortesía y para suavizarla le ofreció su vaso al tipo que se parecía a Domingo, al tiempo que éste lo tomó–.

–Es que me mandó otro mensaje Victor, que era broma que estaba acá, pero que ya está por llegar –les enseñó el mensaje, cuya hora de recepción tenía más de dos horas. –Pero sabes, prefiero dejarte los documentos que le traje porque ya se me hizo muy tarde y tengo que irme. Adiós y gracias por el trago–. De un sorbo lo agotó y le regresó el vaso al doctor, quien se sintió apenado.

–¿Y esa descortesía, Ibáñez? No te la conocía, pero no me sorprende –le dijo Milagros, mientras sonreía–. Aunque me sorprendió más este tipo que dice una cosa y hace otra; como si fuera una máscara ambulante.

–Sabes, Milagros, quitarse todas las máscaras, arrancártela es como quedarte sin argumento. Las máscaras no son visuales. Es la trama lo que las inventa. La que está en la puerta de la entrada no es la representación de un demonio por sus colores y gesticulaciones, sino porque lo dice la historia que inspiró al artesano que la hizo.

–Cuando me quedo sin nada qué decir, ya no hay máscaras; me invade un puto miedo y no sé si eso es todo lo que soy, un puto nudo de miedos desconocidos y sin nombre. Cuando estoy dando clase, soy todos los profesores que admiré; cuando estoy en la cruda, soy Carlos, porque nadie las hace tan divertidas como él; cuando estoy con una mujer, soy el amigo de la prepa que se acostó con todas.

El doctor Juan lucía vencido, cansado frente a ella; ya no había rastros de su charming smile drunk.

–¿Lo ves, Milagros?, apenas te quitas o te rompen la máscara y parece no haber nada.

–En la oscuridad todos los gatos son pardos –Milagros había tomado de la mano al doctor y lo conducía por el largo corredor hacia la habitación del fondo, donde latía la única oscuridad del departamento, donde el ruido de la música y el barullo de los invitados no se escuchaban, apenas eran una suposición. Ella lo miraba sin parpadear, mientras caminaba de espaldas y el doctor se dejaba guiar–.

–En la oscuridad el horror, de mi boca malva mamarás tu nueva personalidad; los primeros rayos de luz, la cosificarán, la harán máscara –le susurró Milagros cerca de su oreja y luego...

Le encajó la dentadura en la yugular, apretando su diafragma para ahogar un grito descomunal.

martes, 15 de septiembre de 2015

El Problema de Íñigo

–El problema de Íñigo es que me conoció… –¡No Margarita! –de tajo la interrumpió Salamanca–, su problema es ser un izquierdista corto de miras, que se dio por vencido por “la razón” de una filosofía conservadora y radical, antes de seguir sus primeras convicciones políticas; ¡san se acabó! …como Jorge Castañeda o Vargas Llosa.

–¿Y tú qué sabes de política y literatura, Noel? –dijo Pruit, que pasó de la tranquilidad al desespero– si sólo repites lo poco que entiendes de lo que lees y escuchas. Te quisiste meter con la gente de Reinosa, que saben más de política que tú. Te comprometiste a exhibir al enemigo invisible y mírate, escondido desde hace una semana en esta pocilga.

–Siempre haciendo el trabajo sucio por mí; si no me amas ¿por qué siempre me salvas?

Pruit recobró la calma y sacó de su bolso el revólver. –Digamos que soy tu único ángulo para ver la vida. El problema de Íñigo es haberme conocido porque si no, probablemente seguiría viviendo muchos años como hasta ahora… –¿y cómo vive?, la interrumpió Salamanca con curiosidad–

–Escondiendo su talento detrás de una mediocridad desesperante y empalagosa por temor a ser descubierto. –¿Descubierto por quién? –Salamanca se incorporó y destapó la botella de whiskey–.

–No siempre hay un “quién”, Noel. El acto de mostrarte y que muchos ojos te miren, puede ser un episodio de terror para muchos. Lo curioso es que con las mujeres –reflexionó Pruit en tono retórico–, que sí entendemos de esto, se abre en canal y es un tipo maravilloso.

–No, no, no… ¿otra vez, Margarita? Te estás acostando con todos mis clientes y a mí ni un beso en la boca me has dado en casi diez años de trabajo en equipo.

–Para empezar él no es tu cliente, ni te conocerá. –Pero el arma es mía, reviró Salamanca, casi triunfal. –No se la venderemos –dijo ella, mientras guardaba el arma en su bolso. –El punto es que algunas veces un hombre necesita un empujoncito para decidir y actuar; muchas veces ese empujoncito se los damos las mujeres en la cama, aunque se trate de política… o precisamente porque se trata de política –sonrió Margarita, dando un alegato irrefutable para Salamanca.

–Está bien, ¿pero te aseguraste que escuchara a la señora? –Sí, Noel, nos sentamos cerca de su mesa; al tipo de Pemex le complacen todo en ese lujoso restaurante.

–Al menos Íñigo hará algo inolvidable en su vida para este país. –No quieras expiar tu culpa adjudicándole una fama que no tendrá; nunca se sabrá quién lo hizo; todo es para salvar tu pellejo –le dijo Pruit condescendiente, antes de irse.

–¡No te vayas, Margarita! –le gritó resignado, Salamanca, antes de terminar su trago con un sorbo. Se quedó pensando: a los de Reinosa les mostramos al enemigo y a éste, le entregamos al responsable; genial, genial Margarita…

No decidimos por objetivos, sino por la idea de nosotros ante su logro.

Descendió del taxi y se fue caminando con tranquilidad.

Preguntas: ¿Qué, por qué, cómo, para qué decidimos? ¿Consideramos las variables y eventos, y hacemos su cotejo? ¿Cómo elegimos el ángulo?

Respuestas: Primero elegimos el ángulo para ver la cosa, desde el lugar que nos hará repetir los escenarios que conocemos o desde el sitio que nos pondrá en donde todo puede ser nuevo. Una u otra opción dará un peso diferente a las mismas variables y eventos; incluso provocará que desaparezcan éstos y aparezcan otros. Finalmente, actuamos.

El ángulo es todo. No decidimos por objetivos, sino por la idea de nosotros ante su logro.

El 23 de abril, Íñigo se dirigió al gimnasio como todos los días. A las seis y media de la mañana trabajaba el abdomen; había terminado con el pecho.

Al cuarto para las ocho, metió las balas en el revólver y lo guardó en su gaveta. Miró en su librero los libros de Lenin, Marx, Orwell, Dumas y Maquet. Se miró en el espejo y se roció el Vetiver en el cuello. Se guiñó el ojo sonriendo. Caminó por el pasillo y se detuvo al mirar de reojo su habitación; aún permanecía el aroma de la pelirroja.

A las ocho y media entró a la oficina de su jefe y le mostró en una presentación de Power Point, la síntesis de las matrices de indicadores para resultados de las direcciones generales, que tanto le había reclamado. No lo felicitó, pero aquél se quedó sentado, satisfecho y sonriendo, mientras le decía a Íñigo: cita a los directores mañana al mediodía, en la sala de juntas. Íñigo no llegará.

Horas después, Íñigo llegó a la cita con su amante; la mujer más simpática y loca que había conocido. La admiraba por la manera en que se entregaba a sus hijos, al grado de olvidar que también era mujer. La amaba por sus manías y prejuicios, pero en especial porque hacía muchos ruidos cuando cojían.

Las circunstancias son todo, porque al cambiar se pueden activar prioridades jamás consideradas e incontrolables.

Se despidió de su amante, no sin haberla escuchado; ella tenía dolor de cabeza desde el día previo por la migraña y no llegaba bien al final de la quincena. La besó en los labios, la abrazó para decirle que estaba a su lado para todo. No se volverán a ver.

Preguntas: ¿Cuántas cosas nos importan en la vida? ¿Esas cosas que nos importan nos hacen modificar algo, nos cambian? ¿Nos importan las mismas cosas siempre, independientemente del cambio de circunstancias?

Respuestas: A lo largo de nuestra vida nos importa una o dos cosas, lo demás son permutaciones de ellas. Las cosas que nos importan no nos cambian porque siempre somos lo que podemos y, si no podemos, las volvemos crisálidas hasta que son posibles. En realidad nos importan muy pocas cosas, casi ninguna realizable.

Las circunstancias son todo, porque al cambiar se pueden activar prioridades jamás consideradas e incontrolables.

Dos semanas atrás, al asistir a una comida con un antiguo jefe, consultor de Pemex, a uno de los restaurantes más exclusivos en Santa Fe, se enteró que el 23 de ese mes, la señora Teresa Valdivia de Carmona, la septuagenaria más amada de uno de los hombres más acaudalados del país, y quizás el más poderoso, estaría en una exhibición de modas en una famosa tienda departamental, sin guaruras; travesuras de una mujer liberal adelantada a su época.

El control es todo, porque si hay un algoritmo en nuestros genes se llama así: control; no podríamos vivir sin intentar prever lo que pasará.

Dos días después, una pelirroja ojiverde, que conoció en una reunión, le entregó un revólver limpio, en una cafetería de la calle Tacuba, en el centro de la ciudad.

El siguiente sábado, fue a la Marquesa. En un lugar solitario estuvo probando el arma; jamás había disparado.

La noche del 22 de abril se rasuró, dibujó su barba y se dio una ducha con agua muy caliente, más de lo habitual. Antes de apagar la luz de la lámpara en su buró, miró a la pelirroja enredada en las sábanas y se abrió su rostro con una larga sonrisa.

Preguntas: ¿Por qué nos importan sólo una o dos cosas en la vida? ¿Por qué nos posicionamos en un ángulo para decidir antes de actuar? ¿Por qué actuamos?

Respuestas: Actuamos porque nos gusta el control, más aún cuando carecemos de poder. Nos posicionamos para sentirnos seguros o para buscar un sitio en el cual sentirnos así. Nos importa una o dos cosas porque no podemos controlar más en un mundo como este.

El control es todo, porque si hay un algoritmo en nuestros genes se llama así: control; no podríamos vivir sin intentar prever lo que pasará.

Durante el crepúsculo del 23 de abril, le disparó en el pecho a una señora cerca de los vestidores de una tienda departamental, cuando un desfile de moda estaba por concluir. No lamentó dañar a un tercero, porque su objetivo era desestabilizar emocionalmente al hombre que para él era la pieza que podría mover la política económica en este país, hacerla impredecible.

Se fue caminando despacio.

Tomó un taxi y pidió que lo llevara al paradero del metro Universidad. En el camino, se detuvieron en un alto. Íñigo creyó ver a la pelirroja caminando por el paso cebra; el taxista le chifló. Luego se carcajeó y continuó conduciendo.

El Tsuru se detuvo en las escaleras que conducen al metro, pero Íñigo le indicó que continuara hasta el Imán y que lo dejará a la altura del Tribunal.

Salió del carro, sintió la lluvia en su rostro; se fue caminando sobre la tierra húmeda; cojeaba porque en el gimnasio se había lastimado; una contractura, según el doctor.

Ese hombre poderoso le exigió un culpable al gobierno; al no ver resultados, desestabilizó al gobierno y puso de cabeza a Jalisco, una semana después. El gobierno, en respuesta, exhibió apenas la silueta de ese hombre poderoso que se había estado moviendo en las penumbras.

Noel Salamanca había fotografiado las huellas irregulares en la tierra que denunciaban el paso de un cojo, la misma noche del 23. Guardó la memoria sds junto con los vídeos del almacén, en los que sólo se observaba a un sospechoso que se alejaba cojeando.

Íñigo fue capturado en el Sector Bellas Artes en el centro de Santiago de Chile, tres semanas después. En Gobernación no hay registro de su regreso a México, pero Pruit lo dejó con la memoria sds dentro de un sobre, en el sótano de una lujosa residencia en algún lugar de Nayarit.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Relato Mientras Esperas la Consulta Médica

Si existe música ambiental en los consultorios, por qué diantres no relatos ambientales.

Le robaron el celular hace dos semanas; perdió los datos de todos sus contactos. Pronto se hizo de otro y recuperó los números telefónicos de sus familiares y amigos, salvo uno, el más importante: el de Ella. Apeló al pronombre porque olvidó cómo se llamaba. Hurgó en su memoria y, curiosamente, ninguna permutación entre consonantes y vocales lo condujo a su nombre. Desde entonces la refirió así: Ella.

El olvido se lo atribuyó a que en vísperas de la muerte de la abuela de Ella, el suyo había fallecido. Dos o tres días después del deceso, ocurrió lo del celular.

La conoció de noche en La Juárez. Fue en Happy’s Pizza; llegó con antelación. Decidió ir rápido a la famosa cafetería que está sobre Londres casi esquina con Dinamarca para verificar unos horarios, cuando de una camioneta negra, descendió una mujer que bien podría confundirse con Kate Beckinsale.

Se detuvo y no miento si digo que se quedó –iba a decir estupefacto– como estúpido a medio paso. Ella lo saludó, y la llevó a ver los horarios; lo acompañó, corroboraron juntos ciertos datos, apenas sin dejar de mirarse.

Es curioso como a veces las miradas son tan superficiales, que sólo alcanzan para hacer una pobre comparación con una bella actriz, y cómo la mirada de Ella pudo ver la tragedia y la ternura que lo llevaron a querer conocerla. La hizo reír toda la velada.

Pensó que no la volvería a ver, dado que se despidieron con un: seguimos en contacto.

Tres noches después se besaron; dos semanas después, en la tercera cita –no sé cómo describirlo, porque la descripción puede parecer burda o demasiado rebuscada–. Dejemos esta parte en pausa, y continuemos con el relato. –No, no cojieron esa vez, por si se lo imaginaron. Y es que parte de la magia de leer, consiste en que el lector pueda inventar las cosas no escritas–.

–Paréntesis indispensable: también puede ocurrir que quien me conozca, me esté imaginando como protagonista de esta narración; ¡no, señoras y señores!; estoy inventando todo esto para entretenerlos mientras pasan con el doctor.

–Porque yo, en realidad, déjenme decirles, tengo una vida bastante aburrida, timorata, leeen-taaaa… Es más, creo que he vuelto a ser virgen y estoy por descubrir mi primera erección. Lo afirmo porque recién de nuevo me empezaron a salir barros en las mejillas y me pongo nervioso con las mujeres bonitas en el trabajo.

–Continuemos–. Ella le confesó su pasado tortuoso y entendió sus lejanías. Pasaban días enteros sin que le respondiera los mensajes por el celular y luego lo hacía como si hubieran pasado segundos. Cuando digo días, me refiero a uno o dos. Luego de lo del celular, pasaron tres semanas sin noticias de Ella.

Él se encabronó porque eso ocurrió en la víspera de la cuarta cita, que sería en su casa de La Roma y no se dio o no cedió –vayan ustedes a saber–.

Él conoció a otras mujeres de las que se enamoró por una noche, con las que escuchó a Sabina y a Filio; con las que bailó pocas y se acostó muchas veces.

Al mes, más o menos, le contó todo a un amigo que ahora radica en Nueva York, éste lo contactó con un detective privado que trabajó en la PGR; el cual se encargó de averiguar el paradero de Ella.

El detective en cuestión es Noel Salamanca; lo vio una vez ya que su asistente, una tal Margarita Pruit, fue la enlace entre ambos; demasiado misterioso el tipo.

Fue devastador escuchar que Ella se suicidó.

Lo había visto en películas melancólicas; lloró frente al televisor o en la oscuridad de las salas de cine, pero enterarse de que quien lo hizo querer vivir y disfrutar la vida nuevamente, se quitó la vida, fue algo atroz que le heló el cuerpo y el pensamiento. Sintió el karma de querer creer que se quiere a alguien y desaparece para siempre, o de creer que se quiere querer a alguien… –uno se enreda al querer escribir lo que no entiende–.

En tres días, Noel Salamanca se embolsó los dos meses de nómina que Él pidió prestado al banco. Margarita Pruit sólo dijo gracias por correo electrónico.

¡Gabriela, ese es su nombre!

No, no lo recordó. Un par de días después del pago a Salamanca, Gabriela le wasapeó un: ¿nos vemos? Ayer se vieron en su departamento y llegó la cuarta cita.

Mis huellas dactilares no estarán en tus muslos,
pero los moretes rojizos en ellos probarán
que nuestro deseo fue amanuense en el desvelo.

La terquedad de mis besos contra tu resistencia
en una alcoba con la puerta abierta: Toda esa noche
dijiste me voy, antes de repetir y repetir esa canción.

No nos despertó la tenue luz tras la cortina de bambú,
sino el entumecimiento vespertino de mi animalidad;
acaso la certeza húmeda de saber que Ella eres Tú.


Como toda canción de consultorio, este relato ambiental termina sin terminar. Pase usted lectora o lector con su médico de cabecera y agradezca que no esté en las salas de los servicios públicos sanitarios, porque si no, en vez de relato requeriría una novela.

sábado, 5 de septiembre de 2015

En el Mundo de los Vanos

Cuando estuve frente a él, sin espacio, la criatura brincó sobre mí como clavadista, se estrelló con mis brazos y murió. Yo sólo los crucé para defenderme, estaba aterrado porque uno sólo antepone los brazos a la cara como último recurso, cuando todo acto, aterrado o audaz, ha sido inútil.

Todo empezó cuando Casandra me invitó a su hogar, un castillo en ruinas con muchos vanos sin puertas ni ventanas; los muros sin colores. El pasto y las plantas de lo que parecía el patio eran de un verdor tan vívido, que llamó mi atención el fuerte contraste con su casa.

Cuando Casandra habla, más que atender el futuro hay que mirar el pasado, porque los augurios que no sirven para capturar lo que pasará, están dichos o escritos para recuperar lo que pasó.

Me contó dos cosas importantes acerca del agua. Existe el agua öndertänica, que es la que alimenta a la flora y fauna de su mundo; se encuentra bajo la superficie en forma de ríos, lagos y mares. Por otra parte, el agua apõlica, que es la que cae del cielo. Ambos tipos de agua se mezclan una o dos veces cada mil años, sólo para que exista vida en el mundo de los Vanos.

Estábamos bajando por las escaleras de aquella casa gris; ella se detuvo para explicarme que ese día iba a llover, que ocurriría de un momento a otro y que debía ser parte de esa experiencia. Me señaló un cacto de cinco brazos rojos con una flor policromo en cada punta. Estaba como a 20 metros de distancia. Había otro tipo de plantas y flores que nunca había visto.

Mi cara se fue mojando de a poco. Fue muy raro porque no había nubes, únicamente un sol que no quemaba. Voltee al cielo y cerré los ojos para seguir sintiendo el calor y el agua en mi rostro. Me distrajo la voz de Casandra.

–Mira lo que les pasará a las plantas.

Ella ya no estaba conmigo, pero seguía escuchando su voz. Me decía que en el mundo de los Vanos no se debían decir cosas en las que no se creyera, que por eso sólo existían 1 mil 512 palabras útiles. Me dijo que abriera los ojos.

Observé cómo la lluvia mojaba el pasto, las plantas y las flores. Empezaron a transformarse; perdieron su color hasta adquirir un tono opaco, oscuro. Fue una mutación paulatina, en la que pronto flores y plantas adquirieron formas de cabeza con ojos saltones y negros con teces escamosas. Eran rostros que experimentaban dolor, puesto que temblaban y gesticulaban; parecía que buscaban la luz y la lluvia.

Repentinamente, ya no había flores ni plantas ni cacto, sino miles de criaturas que me parecieron monstruosas, viles y repugnantes. Voltee a la casa y vi por los muchos vanos, que en el patio trasero, había una fiesta, un gran baile de miles de personas; inmenso ese festival. Quise avisarles lo que estaba pasando, pero me pareció inútil; estaban demasiado lejos.

Giré la cabeza para ver a las criaturas que empezaron a correr con desesperación en mi dirección. Corrí hacia la casa, que ya era un laberinto, para ocultarme. Vi a una niña que estaba jugando y la tome de la mano y me la llevé para esconderla y salvarla de las criaturas. Ella parecía divertirse, pero la metí en un baúl que encontré. Yo me escondí tras una alacena, estaba espantado.

Con terror vi cómo una criatura abrió el baúl y se lanzó sobre ella. Salí corriendo de ahí, pero alcancé a ver de reojo que la niña se retorcía o temblaba en el fondo del cofre; la criatura había desaparecido y asumí que se había metido en ella.

Corrí mucho por habitaciones ignotas creyendo encontrar atajos. Me sabía perseguido y tiraba cosas sin motivo. Estaba asustado y me escondí bajo una mesa grande. Volví a escuchar a Casandra.

–Mientras te escondes espantado, los trãnsderëgos están entrando en los habitantes de este mundo. No los volveremos a ver, no habrá despedidas ni música para ellos; no harán sus maletas ni voltearán para decir adiós; nadie les tomará una foto para recordarlos en conmemoraciones o cumpleaños; no habrá postales que celebren la fortuna o la desgracia que está ocurriendo, mientras tú estás en cuclillas.

En mi mundo –le dije abyecto a Casandra–, que es afecto a la nostalgia y al éxito, la felicidad hija del pasado y la esperanza, del futuro, son conjuros contra el cambio porque, como recién dijiste, no creemos en lo que decimos, ni siquiera hemos llegado a la idea de creer en lo que haremos o pudimos hacer y, así, nos pensamos a salvo con lo que hacemos, aunque no creamos en ello.

Me erguí despojándome del miedo y con valor encaré al trãnsderëgo que me buscaba. Lo miré; no sé si él me miró porque sus ojos negros no dejaban entenderlo. Estaba como a cinco metros y se echó a correr hacia mí, como si ego fuera su destino; hice lo mismo. Fue como si la vida y la muerte tensaran una cuerda entre los dos. Él y ego fuimos dos nudos bien apretados deslizándose sobre una cuerda imaginaria.

Antes de colisionar, crucé mis brazos y el trãnsderëgo se estrelló y cayó muerto. Me sentí a salvo. Grité con todas mis fuerzas la fórmula para salvar a los habitantes de ese mundo. Al mirar el traspatio, miles de personas estaban en el suelo revolcándose como aquella niña.

–Vas a estar solo hasta que entiendas –dijo Casandra, resignada–, es decir, hasta que sepas y sientas que el miedo y el valor son las formas más sofisticadas del rechazo. Ve a tu mundo, sé ambicioso, asústate; ama y reprodúcete sobre tinta y papel; sangra y enférmate para curarte. En el mundo de los Vanos no sabemos vivir así. Me largué.

Se estima que hay cerca de 200 mil palabras en el idioma que hablo y escribo, supongamos que por los sinónimos se reducen a la mitad y con significado distinto; asumamos que entre pronombres, artículos, adverbios y adjetivos, las palabras significantes son 90 mil; no creo haber pronunciado o escrito más de dos mil. De todas las palabras que he usado, con febrilidad he de creer sólo en 100.


Hace dos décadas que estuve en el mundo de los Vanos; tengo 61 años y no hay noche austral, puerta estelar ni millones de terabytes, que me regresen a ese mundo que ya quiero olvidar.

lunes, 31 de agosto de 2015

Breve Cuento de Amor que se ¿Olvida…?

¡Todo lo que nos dijeron los abuelos fue mentira! Sí, eso de que quien olvida está condenado a repetir y todas las variaciones de ese dizque axioma.

¡No!, hasta que uno se olvide de todo es cuando realmente van a cambiar las cosas; esa es la verdad y se suscriben todas las variaciones de este dizque axioma.

El penzamiento de Funes paulatinamente dejó de adherirse a la realidad. Olvidaba las cosas más simples porque son las más próximas a la realidad; solía recordar con mucha precisión los postulados hegelianos de la Fenomenología del espíritu o la Náusea sartriana, y esas cosas complejas y abstractas porque estaban lejos de unos huevos bañados en salsa pasilla.

La última o primera vez que miró sus dedos, le temblaban y se asustó; cerró los puños y se puso a trabajar. No reparó en que años atrás, solía recordar las cifras y detalles de memoria, cosa que pronto lo volvió un mago, casi adivinador del comportamiento de las personas. De pronto, no pudo responderle al JJefe una cosa tan sencilla como el título de un gráfico recién realizado e impreso.

Se dio cuenta, por la noche de ese día que se había vuelto lento. Recordó, con mucho esfuerzo, que ya eran tres personas las que le habían dicho lo mismo en menos de dos años.

Empezó a recordar todo lo que creyó haber olvidado y, en efecto, no consiguió recuperar detalles importantes hasta para él mismo. Decidió empezar a escribir todo lo que veía, escuchaba, recordaba o imaginaba. Supo que tenía Parkinson.

Luego se olvidó del asunto o más bien al no entenderlo, lo empezó a obviar.

Conoció dos países mágicos divididos por la Cordillera de los Andes. Conoció a una mujer mágica dividida por el dolor de su pasado. ¿Qué es una cadena montañosa sino un doloroso accidente en Gaia? ¿Qué es una mujer mágica sino un dolor accidentado en su cuerpo?

El candado del amor está cerrado; el químico James Lovelock lo dijo todo.

Aun así, Funes se enamoró de ella. Quiso besarle el brazo donde alguna vez la golpearon; frotarle los muslos que alguna vez enflaquecieron como brazos de niño de Zambia. Quiso besar los ojos zamoranos y besar los labios que de vez en vez dejaban escapar, con un perfecto inglés: double western bacon hamburger. –¿Hamburger o cheesehamburger?, pensaba Funes – en realidad ya no se acordaba.

Todo llegó junto, su enamoramiento y la aceptación del Parkinson.

En las reuniones aprendió a esconder el temblor en sus dedos, teniendo un cigarro, una cerveza o un libro en la mano; un crucifijo, una Constitución, ¡jamás!

Luego de tres meses, ella y él empezaron a salir; el cuarto mes se tomaban de la mano; el quinto mes… no, todavía no se besaban, porque detrás de los labios de toda mujer que ha repetido el desengaño, suele haber más cascadas que lagos o mares.

Un viernes –si Funes no se acuerda bien cuándo, menos yo–, ella empezó a quedarse a ver películas en la casa de él. Una de esas noches, mientras miraban la película Pi, luego de ver Memento, él cruzó su brazo por debajo de la nuca de ella; la atrajo hacia sí y se miraron de frente. Su mano izquierda tocó su húmedo y tenso clítoris y le dijo al oído:

–Quiero recordarte así, en este desamparo con el que tu deseo devela a la hembra que escondes entre tus piernas.

Ella balbuceaba sin dejar de mirarlo a los ojos. Ella se iba de ahí y regresaba para poder seguir respirando. Él sólo la sentirla porque quería que esa carita iluminada por una pantalla de numerales no determinados por el hombre y sus inventos –quién sabe si infinitos–, fuera lo último que recordara en Punta Arenas, hacia el cercano desenlace de su vida consciente.

Otro viernes, cualquier viernes, ella preparaba una ensalada, esperando que él yegara del trabajo. Eran un par de amantes que ya se habían inventado en la cama; se les ocurrió inventarse como una pareja, como unos esposos contentos y convencionales. Ella para curar algo del futuro; él, para salvar algo del pasado. Lo que lograron esa noche de tinto, olivo y baile, fue vivir un poquito.

No hay cuento que no hable de una última vez, si no, no es cuento. La última vez fueron todos los viernes que no contaré en este lugar porque equivaldría a empobrecer la felicidad y ésta es una palabra tan importante como para abusar de su escritura o pronunsiación.

Funes viajó más de 12 oras hacia el sur del continente. Visitó a dos amigos; un diplomático en Santiago y un roquero en Ushuaia. Todavía guardaba en su memoria dactilar el apelativo con el que un hombre dice a su mujer; aún bajo el frío verde y blanco de Punta Arenas, lo calentava el aroma que temblaba extrañándolo a más de 11 mil kilómetros de distancia.

Me ubiera gustado ser Funez, haber cido felis alguna vez en la bida. Ser Funes el memorioso de Borges, que recordaba tan exactamente las cosas que para explicar cinco minutos de su vida, tardaba cinco minutos en hacerlo.

Me acavo de caer, cazi no puedo moverme; supongo que fue duro el golpe porque en medio de exte freo ciento callienta i uméda la kabesa; ¿cerá zanjre?

Hel corazón late, ubo vida. huvo amor Supomgo qe unha ves quice ah aljien: pero no la reccuerdho… Vueno, sí la recuerdo, tenía su cabello chino y se reía como loca…phero no rrequerdo zu mombbrra… Qreo que me lo contarón, kreu que no fue llo… todo… sez mes lente…

¡Todo lo que nos dijeron los abuelos es mentira! Sí, eso de que quien olvida está condenado a repetir y todas las variaciones de ese dizque axioma.


¡No!, hasta que uno se olvide de todo es cuando realmente van a cambiar las cosas; esa es la verdad y se suscriben todas las variaciones de este dizque axioma.

sábado, 6 de junio de 2015

Paranaus… Paranoise… Paranoia… / Skhizein… Exquisitus… Esquizoide… (Huitlacoche y Marxismo)

–Cuando se los dije a los amigos del posgrado y luego a los primos, lo ignoraron. Era 2008; mi argumento provenía de la intuición más que de la razón: están militarizando al país porque los levantamientos sociales vendrán, mas no una revolución –le contaba el abuelo Jesús Manuel a su nieto Manuel.

–Verás, Manú, con el paso de los años entendí que hay que repetirse en la cabeza muchas cosas para atentar eficazmente contra el olvido. Allá por el 2019, surgió un tipo al que se le ocurrió que habría que tener votaciones para integrar los partidos políticos y, más importante, que en un país con tan bajo nivel educativo al que había sido muy fácil manipular, que el sistema de política económica tendría que ser elegido, principalmente, por los mexicanos cuyos estudios hubieran sido financiados con gasto público. El tipo fue acusado de retrógrada, fascista y manipulador. Pero luego de que un candidato presidencial fuera asesinado en campaña por segunda ocasión, el argumento tuvo mucho eco en la gente que, para entonces, ya asociaba la idea de política económica con sistema electoral.

–Las tensiones fueron muy fuertes, pero con más de medio millón de asesinados por el llamado crimen organizado y cerca de 100 mil desaparecidos, el viraje se dio, pero no como lo había imaginado ese tipo. Los conservadores del país y otros internacionales con intereses acá, esgrimieron argumentos sólidos en contra de lo que pasaba y hubo consenso, porque al final es capitalismo, no cuento de hadas.

–Se tomó la inesperada decisión de adherirse en definitiva a la política económica mixta que aún proclama nuestra Constitución y sólo votar a los ejecutantes. Eso mató dos pájaros de un tiro. Por un lado, se desincentivaron de manera importante a los grandes intereses privados en la política nacional, pues dejaron de ser operadores de intereses “exopúblicos”; por el otro, se permitió que los mexicanos votaran por los integrantes de los partidos políticos y los candidatos a gobernar municipios, estados y al país.

–¿Lo ves, Manuel? –dijo el abuelo emocionado–, muchos ya no quisieron gobernar sobre un esquema político económico mixto. Los mexicanos empezaron a votar por personas que iban a decidir sobre un cuerpo filosófico, ideológico y político diferente a los últimos 70 años, dado que el llamado “neoliberalismo” empezó acá en 1990.

–Abuelo, –dijo Manuel, condescendiente– estamos habitando la luna, Marte. Lo de Tesla ha tumbado a las cinco hermanas de la energía, como las llamas. Muchas de las leyes de la “economía antigua” ya no son válidas, el concepto de riqueza ha cambiado y…

–… Y sí, ya sé –dijo el abuelo desesperado–, amor, en mi época, cuando votaban las mujeres era algo natural…

–No, abuelo… –replicó Manú, con intensidad– a lo que me refiero es que tu Marx ya no es válido con todo y sus leyes…

–¡Marx es válido aquí y en China!…

–Sí, los chinos hicieron posible la Luna y Marte; no dinamizaron económicamente su oriente y eligieron el exterior, pero porque en ese momento la coalición de la Cruz occidental y la Luna oriental acababan de incinerar medio planeta…

–Mi amor, quise decir que Marx sigue siendo válido, sólo ha salido fuera del orbe…

–¡No, abuelo, Marx tiene lógica tangencial, pero no histórica. No teorizó una sociedad, sólo propuso una reapropiación de los medios de producción. Hizo cagada las argumentaciones monetaristas, no más. Los marxistas no propusieron un sistema de organización social…

–Ya no hay libros de Marx –dijo el abuelo condescendiente–; sólo lo conoces en los resúmenes de los chips cerebrales. Nunca tuve buena memoria, pero hay algo más que el buen sistema político que tenemos, Aunque nuestro país haya alcanzado 13 años de estudio cursados en promedio y las ciencias sociales sólo las estudien los lunares y marcianos, somos un mejor planeta que cuando izquierda y derecha se contraponían, pero no el ideal…

–Padre, ya dejá de contarle historias a Manú… –dijo el padre de Manú alterado y bromeando, quien llegó de prisa –Está por graduarse como hermeneuta con especialidad en exoplanetas y vos le tirás un rollo antiquísimo…

–Y vos –dijo el abuelo como si se tratara de su última enseñanza–, seguís hablando como argentino cuando eres más mexicano que el pozole.

–Padre, el arrepentimiento es una de las formas que adquiere la negligencia; fuiste el primer Presidente elegido para realizar una política económica que fue contra nuestros intereses y nos dejaste sin plata…

–Mi’jo, el dinero ya no vale como antes; Manú está bien y es lo que importa.

–Manú, vámonos; nos espera tu madre –dijo Jesús, sonriéndole a su padre–.

–Padre amado –dijo Jesús con cariño–, nos vemos pronto.


El abuelo pensó: huitlacoche…

domingo, 18 de enero de 2015

De Perquirĕre

Calle Francisco de Garay / 02:33am
Lo vi caminando cerca del cruce de las avenidas Balderas con Chapultepec; me distrajo una mujer que leía las cartas del Tarot en la Ciudadela. Lo perdí de vista. Apresuré el pasó, no quería dejarlo escapar. Tenía la sensación de haberlo visto antes. Un gitano, un sueño.

Lo vi dar vuelta sobre Francisco de Garay. Corrí. Llegué a la esquina y ni siquiera fui capaz de levantar la vista. Seguí de largo sin mirar esa calle. Una tristeza repentina me invadió, me alejó de esa descorazonada, trémula, atroz y definitiva calle. Con el rabillo del ojo creí ver carros que bajo la luz de los faroles, parecían inútiles, chatarras. Las paredes descuidadas de las casas pobremente iluminadas, lucían arruinadas.

Me detuve metros después, casi al llegar a Avenida Cuauhtémoc. Estaba confundido, no estaba seguro de haber visto lo narrado; ¿acaso fue mi imaginación?

Regresé a mirar la calle de Francisco de Garay que se perdía en una negrura apenas vencida por viejos y polvorientos faroles; avancé como quien entra para no salir nunca más.

No recuerdo la hora, pero hay momentos que hacen de ciertos lugares, espacios donde ya nada importa porque uno deja de ser mirado, escuchado; uno se va convirtiendo en una suposición, un axioma y, entonces, es cuando la noche se enamora de uno y desciende para dejarlo sin identidad.

Uno se convierte en el territorio de la noche, deja de desear y necesitar; paulatinamente, uno deja de comunicar sus pensamientos y emociones; uno empieza a permutar imaginación por memoria ya no como recurso, sino como sistema.

Ahí estaba él, al fin solo a mitad de la calle. No había a quién perseguir. Todo el tiempo fue él. Álter egos dedicados a versionar su inexorable porvenir. El gitano, el sueño; perseguidos y perseguidores. Perseguidos por la lógica.

Calle Francisco de Garay / 02:35am
El gitano dice que persigue la fortuna, aunque en realidad ésta es su principal y más querido invento para justificar el sombrío caos que rige sus decisiones. Reduce el porvenir as strategy to embrace an endless life. Su magia y arte tienen más que ver con la invención de espantos y atrocidades, que con su ejecución. Encuentra en la premura, la eternidad necesaria para extender su melancolía as a photograph launches many times the same image until getting eternity.

El sueño persigue a los negligentes y a los ignorantes, pero no los quiere encontrar, los elude y pierde deliberadamente. Apuesta todas las mañanas. Antes de ganar o perder, asiste a ludotecas atendidas por anticuarios, lidia con loterías incompletas en rincones concurridos por forasteros que hablan idiomas desconocidos, peregrinos que borran de sus mapas los lugares donde fueron felices.

Se internó en esa calle, mientras pensaba en las películas cuyos finales son detestados y sin embargo vuelven a ser vistas una y otra vez.