jueves, 21 de marzo de 2013

La Noche de Marcia Clayton

−Espera un momento, alguien llama a la puerta.

−¡Venga, tía, felicidades, ¿cómo estás?! –una pareja saludó efusivamente a Marcia.

−Cité a las nueve; ¿qué hora son estas de llegar?

Cuando la mujer cruzó el umbral de la puerta, pisó mal y se torció el pie derecho. Su esposo la alcanzó a tomar del brazo y evitó que cayera. Entre Marcia y él la cargaron y llevaron a un sillón –Te traigo un analgésico, espera–.

–¿Dónde está Andrés? –preguntó Marcia, mientras le daba la pastilla y un vaso con agua.

–Fue a servirnos algo de tomar… Vamos a terminar –le confió–, no está funcionando lo nuestro –la mujer hablaba y sobaba su hinchado pie, como si no le importara ninguna de las dos cosas.

–¿No hay nada qué hacer? –preguntó Marcia esperando la respuesta más con angustia que con interés –No lo creo… luego platicamos; ahí viene.

Marcia lo miró a los ojos e inmediatamente se alejó −Esperen, regreso en un momento, voy un rato con Pablo, está muy solitario en el balcón –dijo la anfitriona, yéndose.

La ruptura rara vez viene en par; uno de los dos abrirá el tema; el otro, por cobardía u orgullo no peleará, o lo hará con enfado, más con despecho que con tino.

Aquella será la última noche que salgan juntos; en el transcurso de la velada, verificarán que no se aman más; podrán salvar una amistad para el porvenir, porque a punto de separarse, volverán a sentir con furtividad, el vértigo de la soltería nocturna; percibirán con claridad el coqueteo, acaso ejecutarán algún flirteo.

§

−¡¿Pablo, por qué tan aislado de la fiesta?¡ –Marcia sonreía mientras le ofrecía un bocadillo y un tequila −¿Cómo estás?

−Cansado de ser feliz –dijo irónico, antes de vaciar su caballito−. Marcia notó que el dorso de la mano diestra de Pablo estaba raspado.

−¿Cómo va el negocio?; escuché que cada vez más complicado.

−Ya no es tan fácil como antes. Tampoco es que haya aumentado la competencia respecto al café. Tú sabes de economía, te acaban de dar el CEO de HSBC. La gente cree que esta guerra es para reducir el mercado, ¡jamás! El consumo de todos los tipos de café ha crecido desde que estoy en esto, 30 años; aún con los decomisos el precio no se ha disparado porque el crecimiento de la producción también ha aumentado; hay lugar para todos. Es una guerra por el control y la administración de estos productos. Ellos quieren controlar las rutas y la distribución; son un cártel legalizado. Es una depuración, Marcia… ésa es la verdad –umbrío pronunció esas últimas palabras.

−¿Qué te pasó en la mano? –ella cambió el tema.

−Al entrar en tu casa me tropecé y me raspé con el delicado tirol de tus paredes –le mostró su sonrisa torcida.

No se volverán a ver. A él lo matarán en las próximas horas. Podrá escapar y vivir tranquilamente con otro nombre y rostro, pero no conoce otra forma de vivir. Nunca tuvo que escapar de nada, siempre consiguió lo que quiso. No tendrá funeral y nadie de su empresa lo sustituirá. En algunos medios de comunicación hablarán de él, pero sin precisión; no divulgarán su verdadero nombre, porque sólo su familia lo conoce.

Hablaron unos minutos más, él recibió una llamada y salió; apenas se despidieron con la mirada.

§

−Como siempre, soy el primero en llegar y al último que atiendes.

−No te quejes, si sabes que eres mi preferido –Marcia sonrió y sobre la barra dejó un plato con caviar y una botella de champagne –Mira, es un Comtes de Champagne, un Taittinger, tu predilecto, Sergio.

–Sí me quejo… –servía el champagne; hablaba de memoria y le coqueteaba con los ojos. Cada vez que veía a Marcia hacía lo mismo–. Sólo quieres mis palabras, mis libros autografiados, mis relatos eróticos exclusivos para ti…

–Las palabras de ninguno me humedecen como las tuyas; eres genial y los sabes –atajó Marcia con automaticidad, sin frescura, con una sinceridad que a fuerza de repetirse ya no parece tal; un juego que tenían desde hacía tiempo.

–¿Y ahora con qué dilema argumentativo o acertijo me vas a impresionar, querido? Salud –brindaron, chocaron sus copas y se miraron con una de esas coqueterías que jamás los han llevado a la cama, sino a la ansiedad de uno y al tedio de la otra.

–Sólo te voy a contar la trama de una novela que estoy escribiendo; los pormenores no los tengo definidos.

Marcia se sentó en el banco y disfrutó el último trago de su copa; con un gesto evitó que Sergio se la llenara y ella misma se sirvió.

–¿Qué te pasó en la ceja? –le dijo levantando la ceja.

Sergio hizo caso omiso a la pregunta y empezó a hablar sobre su libro con aspavientos y gesticulaciones teatrales.

–La privacidad es un valor y las casas, las viviendas, están diseñadas para fomentarla. El cuarto de los padres, el de los hermanos, etcétera. Pero aquélla acarrea individualismo, lo que conduce al secreto y, finalmente, al engaño. No termina ahí porque hay secuelas sociales. Esas casas construidas así, condicionan al núcleo de la sociedad: la familia. Esta constitución de los hogares, en un contexto capitalista, está detrás de la falta de solidaridad y participación ciudadana en los pueblos.

–Suena muy interesante, pero tiene un problema –dijo ella mirándolo a los ojos con frialdad; él se quedó estupefacto, aunque lo disimuló –¿Cuál es el error en mi trama?, preguntó disimulando su alarma.

–No dije que tuviera un error, sino un problema, si lo piensas son dos cosas distintas –apuntó ella con sagacidad y una sonrisa juguetona.

–Me pegué con la mirilla de la puerta –apresuró su respuesta–. Tocaron, fui a abrir y por la mirilla quise ver quién era, pero estaba abierta y me pegaron.

Le irritaba la idea de que una mujer sin cultura literaria, pudiera ser más inteligente que él. Lo molestaba el rechazo sexual de Marcia; estando con ella se sentía castrado, pero desde hacía mucho lo había sublimado mediante una serie de juegos intelectuales, que al cabo de los años les resultaban aburridos y únicamente los usaban para iniciar o terminar charlas.

−Espera un momento, alguien llama a la puerta; Sergio la miró alejarse mientras agotaba el champagne de su copa y calibró su mirada sobre las nalgas de Marcia.

No se verán más. Sergio, al siguiente día, conocerá a una mujer con la que domeñará todas las pasiones que Marcia le aviva y marchita. Sus libros seguirán siendo interesantes, pero no volverán a proyectar fuerza, porque ésta era motivada por una compleja forma de cortejo hacia ella. Con el tiempo desarrollará una extraña afección sexual a las negativas de su mujer; probablemente ello derivará en una tendencia hacia el abuso sexual conyugal.

§

Paulatinamente se fue vaciando el departamento; botellas vacías, ceniceros llenos a las tres de la madrugada. En su habitación, frente al espejo, Marcia sintió que esa fue su noche y sonrió. Volteó a ver el teléfono.

–Hola Andrés, sólo quería escucharte. Te amo.

–Acabo de hablar con ella; ya terminamos. Estoy empacando, pero me voy a un hotel. No fue sencillo.

–Lo sé. No son fáciles ninguno de los pasos que empezamos a dar hoy. Pablo no verá más la luz del día, tú no volverás a despertar con tu mujer y a partir del lunes estaré a cargo de la limpieza.

martes, 19 de marzo de 2013

La otra Chingada

Publicado el 19 de febrero

Después de leer el libro y el borrador incompleto de otro, me surgieron algunas ideas que resalto en cursivas. El libro se llama “Una cronología de las sectas en América Latina, 1815-1920”. Me interesa rescatar dos capítulos que narran la vida de Sebastián Riquelme McCormack, hombre de confianza –el mayordomo− de Carlos Antonio López, presidente del Paraguay entre 1844 y 1867.

En el primero se describe un pasaje de una secta desconocida que se extendió por el sur de América; el autor del libro no revela su nombre.

La secta tuvo adeptos únicamente en Paraguay, Uruguay, Brasil y Argentina. Sus oficinas centrales se ubicaron en el país guaraní. La mayor parte de los miembros tuvieron altos cargos políticos, militares y eclesiásticos; algunos destacaron en el ejercicio de profesiones liberales y muy pocos en el de las artes oscuras.

En 1859, después de un viaje por Estocolmo y Prusia, y luego de pasar unas semanas en una ciudad canadiense, Sebastián regresó con una misión que cambió su vida: detener el inigualable desarrollo económico y social de su país. Pensó en un atentado contra el presidente del Paraguay y su jefe inmediato; lo descartó por burdo. Vaciló con la idea de propagar deliberadamente una bacteria mortal; a los pocos segundos le pareció una infamia. Compartió sus pensamientos con un reducido grupo de La secta. Un militar uruguayo, movido por distintos intereses, le sugirió fraguar una guerra contra su patria; R. McCormack rechazó de inmediato la propuesta.

El Cónsul en Francia, Federico Santa Cruz, de visita por aquellos días, le dijo:

−Colega Riquelme, −Santa Cruz lo tomó del brazo y lo apartó de los demás− en la antigüedad se creía que las palabras tenían magia, que poseían la propiedad de trasformar la realidad según la intensidad de la creencia en lo que se decía. Desde un Abracadabra hasta un canto de batalla y, mientras más personas las pronunciaran y creyesen en ellas, más poder tendría el significado… –al concluir, el Cónsul chocó su copa con la de Sebastián y brindaron. Soslayaron el malestar de algunos militares.

R. McCormack favoreció la propuesta del diplomático; sin embargo, hubo una escisión intangible desde ese momento. Por un lado, animada por diversos intereses, la propuesta beligerante ganó muchos adeptos; por el otro, la alternativa sutil, casi mágica de las palabras, pareció convencer a otros tantos. El jefe de La Secta era Sebastián Riquelme.

A pesar de ello, entre 1864 y 1870, el Paraguay fue demolido por una guerra instrumentada por la alianza militar de Argentina, Brasil y Uruguay, con el financiamiento del Banco de Londres, la Casa Baring Brothers y la Casa Rothchild, cuyos intereses financieros y políticos, a su vez, encadenaron el futuro de los tres “vencedores”.

La escisión en La secta derivó en fractura. El libro no da más detalles de lo que pasó con ella. En el capítulo contiguo, se narra el viaje de Sebastián R. McCormack y un colega a México. Las palabras del Cónsul nunca dejaron de resonar en su cabeza. Determinó desarrollar y probar el método sugerido para colapsar un pueblo. En 1871 viajaron a Oaxaca, en México; estuvieron unas semanas y regresaron a su país sólo para preparar su partida definitiva.

Al llegar a la Ciudad de México en 1876, vivieron en diferentes propiedades del entonces presidente Juan Nepomuceno Méndez; los arreglos los hizo el colega por medio de un importante general. Méndez tomó algunas decisiones de avanzada, como abolir la leva, la pena de muerte civil y los castigos corporales; otorgó una efectiva libertad de culto y decretó la obligatoriedad de la educación primaria; aunque en la práctica jamás se acercó a lo realizado por los militares paraguayos.

Después de 10 años de andar recorriendo el país en busca de las palabras claves, sin éxito alguno y casi a punto de desistir, entró a la cantina El Nivel, se sentó y pidió una Patada de mula. Mientras esperaba, observó que un hombre desaliñado, con dificultad se acercó a la barra; ebrio gritó –¡un pulque, chingada madre!–.

Como truenos, esas palabras estremecieron a Sebastián. Esa palabra y sus derivados eran lo que estaba buscando y lo que más había escuchado en México desde su llegada. No les puso la debida atención en todo ese tiempo. La convivencia, la fraternidad y el amor alcanzados con algunos mexicanos, lo condujeron a entender que eran palabras con múltiples significados; llegó a ejercerlas con propiedad y tino desde su segundo año de residencia.

La trémula e inmaculada certidumbre fue la única prueba del transcurso del tiempo en la vida de un hombre apasionado como Riquelme, quien entendió, en ese momento, que por medio de la chingada y sus derivaciones, podría realizar su objetivo.

Los chingados, los hijos de la chingada habían sido hasta entonces los otros, los invasores, pero con una serie de ligeras variaciones inducidas por medio de panfletos, dichos, refranes, fábulas, crítica periodística y caricatura política, podrían realinearse sus significados e implicaciones; en algún momento, hacia principios del siglo XX, los chingados empezaron a ser los mismos mexicanos. Indígenas y pobres; minorías y marginados. Los criollos empezaron a consolidarse como los chingones. Entre los marginados también los hubo, los mestizos eran los chingones y los indígenas los chingados.

Las divisiones continuaron: los chingones del norte y los del centro del país; los chingones que sabían leer y escribir y los chingados analfabetos; los chingones rebeldes y los chingados agachones.

La magia de las palabras tuvo un efecto muy diferente al esperado por Riquelme, tan así que supongo que le resultó imposible determinar el grado de eficacia alcanzado.

Sus últimos años los pasó al servicio del entonces presidente Porfirio Díaz, nuevamente en una posición privilegiada como en su país. Acá pudo instrumentar la otra estrategia; observó que la diferencia fue enorme en cuanto a esfuerzos y tiempo de duración, más no en el resultado observado. Al igual que en el Paraguay, la operación se llevó a cabo con recursos materiales y financieros facilitados por el Banco de Londres, la Casa Baring Brothers y la Casa Rothchild.

Se corrobora así lo que 100 años después es una verdad pública: la ignorancia y las armas son la peor combinación para una sociedad que procura el desarrollo.

El drama humano que subyace a toda historia y trasciende a toda época sigue siendo el mismo; aún nos reconocemos en los pasajes y personajes de Homero y Hesíodo, en los de Cervantes y Shakespeare o en los de Cortázar y Joyce.

La intención del anarquista que hay detrás de estas palabras se revela –acaso por descuido− no en el contenido y narrativa del libro –está redactado en segunda y tercera personas, sino en la forma en que redactó uno de los últimos párrafos –primera persona–:

“Lo que hemos estado intentando, con relativo éxito, es la modelación del devenir social. Y hasta ahora concluimos que toda permutación azarosa o deliberada, conduce exactamente a un orden natural de las sociedades.”

El borrador incompleto, parece ratificar la veracidad de lo escrito en el otro libro. Ahí se narra la historia de una sociedad secreta llamada Los Inventores, surgida en Europa y cuyas ideas se ejecutaron únicamente al sur de Estados Unidos. Su propósito fue registrar las evoluciones e impactos sociales derivadas de una serie de alteraciones en la historia, en las frases célebres, en la falsificación de algunos documentos nacionales como el cambio de fechas, de párrafos en himnos nacionales o en los aportes culturales de algunas civilizaciones casi desconocidas, entre muchas otras extravagancias.

Los documentos sugieren que todo acto y cada ejecución están preconcebidos para realizarse mediante el libre albedrío; es imposible que una decisión se realice sin una operación mecánica o un lenguaje; pensemos en la lógica del gatillo en la pistola. Como cada vez pensamos más (y no siempre mejor), nos vemos en la necesidad de ir complejizando los mecanismos o el lenguaje, hasta que éstos han llegado a ser ordenadores e idiomas. A pesar de esa complejización, la decisión es la misma: el aniquilamiento.

Al final del borrador, Los Inventores se adjudican –a manera de trofeos– la Guerra de la Triple Alianza, el colapso económico y social paraguayo y sudamericano, también las deudas externas de Brasil, Argentina y Uruguay; Igualmente hacen con los 35 años de dictadura de Porfirio Díaz, el período Revolucionario y la dilatada y exasperante regresión mexicana.

Una Mujer

Publicado el 17 de enero

Sabías que los milagros, las dudas y el deseo flotan en el mar de tu silencio; también los barcos y los kayaks, pero de éstos ya lo sabías. No hablo de cualquier silencio, sólo del tuyo.

Hace años pensaba que cuando te escribía no te conocía; luego te conocí y durante un tiempo tuve la sensación de que no era a vos a quien dirigía mis mensajes. Entonces, me dio por pensar que le escribía a una mujer inexistente, y para no caer en el absurdo al que me conducía esa reflexión, pensaba en las mujeres en general, en la mujer tipo: La Mujer. Lo cual era más absurdo, aún, que la posibilidad de una mujer inexistente, pero qué quieres, siempre me han atraído los excesos.

Algún tiempo supuse que todas las mujeres que conocí eran fases, etapas, edades de una sola. Fue la época en que se me ocurrió escribir un cuento basado en el diálogo de dos mujeres separadas por un milenio; una en el medievo y otra en los albores del rock and roll. Fue la etapa en la que en mi mente sólo pensaba en una oración “el recuerdo de una vida imaginada”.

En aquel tiempo ni siquiera intuía que la distancia milenaria era una extraña y compleja alegoría sobre mi ignorancia, que ese “todas la mujeres” fue un ardid de esa hombría culturalmente malentendida, que a mí me llevó a bifurcaciones existenciales y a otros los ha llevado a cometer extremas infamias.

Entonces, un día te vi y supe que eras tú de quien había estado hablando toda la vida. Te entendí y te quise desde que me contaste que te ibas de pinta en la secundaria porque tu madre te encerraba con llave todos los fines de semana; desde que supe que las conchas con nata era lo que más te gustaba comer por las tardes; desde que dejaste de creer en los gobiernos porque tuviste que dejar tu país para que no te desaparecieran; desde que te descubrí cantando en la oficina sin que tú supieras que lo hacías; desde que te conté durante toda la noche mis problemas y me besaste en los labios y nos quedamos dormimos; desde que te mojé como nunca antes y reíste y lloraste por pensar que te habías orinado; desde que me confiaste que abusaron de ti tan pequeña y no dijiste nada; desde que me revelaste que ya no me amabas y te fuiste con otro; desde que te vi haciendo tiempo en las fiestas para no llegar a casa porque ya no deseabas a tu marido; desde que borracha me confesaste que tenías miedo de enamorarte de mí y que jamás lees lo que publico.

Alguna vez intenté hablar de ti con la opulencia intelectual que jamás tendré. Leí mucho sobre mujeres, pero no soy historiador ni sociólogo. Tengo tantos prejuicios y deficiencias como para pretender aleccionar a cualquiera sobre tu identidad en el tiempo.

Nuevamente estoy hablando de una mujer que no existe o haciendo de todas las mujeres que conocí, una sola a lo largo de su vida. Es como un escape, una huida, una fantasía. Es muy tentador fantasear cuando, como la noche de hoy, te escribí un mensaje diciéndote simplemente hola, y después conversamos mucho tiempo.

Empecé hablando de los milagros, las dudas y el deseo, porque tienen que ver contigo, pero con sorpresa recapacito y advierto que no es nada ocioso hablar de ti; de hecho, me doy cuenta que había estado en un error. Todo este tiempo no he estado buscando dialogar con una mujer inexistente o con un collage de ellas, sino tratando de entender que eres un diálogo interrumpido, una vida que se olvida y se pierde, si no está conmigo.

Por eso me gusta platicar contigo, me recuerdas todo esto y tantas cosas más. Me recuerdas que me gusta escribir, inventar y hasta ser un embustero. Me recuerdas que me gusta desvelarme, sin que nada me importe; tomar vino tinto, cerveza o tequila cuando escribo y cuando no. Me recuerdas que la pasión de vez en tanto viene y me invade hasta que termino de escribir una historia o que a veces es tan abrumadora que se parece a la tristeza y no me permite ni siquiera tomar un lápiz o levantar la mirada.

Mujer, soy los mil años que te separan de ti misma, las tres o cuatro preguntas que no conociste en ese milenio; las mismas que te cambiaron para siempre y embellecieron mi vida; soy el trayecto de la mujer con hábito a la mujer con minifalda; la distancia que describe a la mujer que para aprender o huir se encerraba en conventos y la que narra a la mujer que se encierra en bibliotecas y asambleas para ser libre.

Es fácil hablar contigo, pero comunicarse contigo no lo es; ¿cómo te comunicas con un ser tan lastimado, tan ignorado y tan condicionado?, cuya historia sólo se conoce por deducción o inferencia. La tuya es la historia de las minorías, ¡pero eres mayoría!

Yo quería tener esta plática o este intercambio mínimo de palabras contigo para que nos conozcamos un poco más. No voy a reivindicar nada ni a nadie, mi asunto es egoísta y pequeño, como este escrito, que es más tu nombre que tu vida, más un acorde que una canción.

No sé si te he dicho que los milagros, las dudas y el deseo son pesados; es por eso que nos acordamos tanto de ellos, porque hacen referencia. Cuantos cantos de tu vida no inician o terminan con un milagro, una duda o el deseo. Siempre los estamos buscando para darle sentido a todo lo demás. ¿Y el amor?, me preguntarás… Tú eres el amor.

Palabras para Cecilia

Publicado el 27 de agosto de 2012

Estoy triste. No por las cosas mundanas que tanto te cuento: el dinero, la mujer, la familia. Es por un motivo interior cuya frecuencia e impulsos han estado en mí, dentro de mí; mejor aún, dicha frecuencia e impulsos soy yo. Toda esta palabrería para decirte que estoy triste por mí. Pero es una tristeza rota, no una de esas como zeppelines, inalcanzables y lentos, que parecen que nunca caerán.

La idea de la rotura de mi tristeza me permite corregir eso de que estoy triste por mí o de mí o en mí; incluso, desdecir esto de “mí tristeza”; no la poseo ni me posee. Yo soy la tristeza y estoy roto.

¿Recuerdas que después de explicarme, con esa didáctica amorosa y exasperada, lo qué es la capacidad, me dijiste que teníamos que romper el molde, recipiente o como lo hubiéramos nombrado, te dije que yo era ese objeto? Escansión.

Pasó un día que fue hoy, que ahora es antier y ya es hoy de nuevo.

Pasaron las primeras horas con otras cosas mundanas: ejercicio, trabajo, alimentos. Fui a la escuela de inglés. Conocí a una mujer que tiene una sonrisa que se abre como dulce tradicional mexicano: con ruido y facilidad.

De regreso a casa, me invadió esa tristeza rota. Pasé por el parque donde suelo correr. No recordé en ese momento, pero supe, minutos después, que en una corriente subterránea en mi inconsciente empezaron a emerger y flotar objetos que aparecen únicamente mientras corro. Todos ellos estimulantes, agradables. Por primera vez fui testigo del modo como razono; vi los procesos mediante los cuales infiero o deduzco, la ejecución de estos. Cómo el resultado de todo esto eclosionó un conocimiento. No te miento si te digo que creí sentir la producción de los precursores químicos en mi hipotálamo.

Supe que me estaba rompiendo, que la costumbre suele conformarse y adaptarse a los quebrantos, cuarteaduras o roturas; lo hace para evitar la ruptura, el fin. La costumbre prefiere el dolor ancho y el ardor delgado, a la transformación.

Vino a mi mente el tema de la resistencia y cómo se la confunde con el autoabandono. La primera es una actitud contra todo lo que nos corroe; el segundo tiene una larga lista de modalidades, desde una negligencia abyecta hasta un miedo paralizante.

La tristeza rota persistía porque era la única operación reactiva que contenía ese recipiente que era yo. Los anteriores destellos de furia o alegría fueron parte de impulsos menores, situaciones controladas, casi de laboratorio.

Recordé más cosas en esa larga caminata a mi hogar. Semanas antes de conversar sobre el rompimiento del molde, intuí aperturas y retornos en mi vida. Todo lo mundano estaba contenido ahí en sus formas posibles. Elegí representarlas con el Big Bang como principio del viaje y el orgasmo como el retorno abrupto y efímero del mismo.

Cecilia, era claro que la ruptura estaba ocurriendo y esos minutos fueron como el rubor que seguramente sintió Jorge Luis Borges cuando escuchó a Juan José Arreola hablar por horas y se enteró que la pasión y el alfabeto no sólo sostienen idiomas sino también, de vez en vez, inventan hombres excepcionales.

Esa ruptura fue como el salto de la película que te conté, porque una vez roto el molde, no habría nada y sin embargo seguiría estando yo. No era el miedo a la muerte, sino el amor a la vida lo que me estaba impulsando; mis brazos se estiraban como nunca, y de mis piernas y muslos surgía y se prolongaba un salto bello e inmaculado. Como si el corazón me bombeara carne y huesos por unos instantes.

Esto es tan simple que no es nada sencillo. No es comenzar de nuevo, quemar las naves, borrón y cuenta nueva. Yo no usaría esas palabras u oraciones. Es más, no tengo la necesidad de explicarlo. Sólo quiero agregar que tú, Cecilia, eres la primera persona con la que (quiero y) tengo comunicación. Es similar a tocar al mundo, pero todavía me falta hacer esto. No es como salir a la calle, tocar la tierra y dejarse mojar por la lluvia. Tocar al mundo es el Big Bang, desencadenar las reacciones hacia dentro y hacia afuera de mí. Es desestabilizar, si es que la estabilidad no tiene ranuras de tiempo.

Llegué a mi casa. Fui a la cama y me recosté.

Estaba parado en la esquina de Madero y Eje Central, esperando la luz roja para cruzar. A mi lado estaba un tipo con rictus de circunspección. En cuanto se puso el verde, avanzamos. Frente a Bellas Artes, al llegar a López, me detuve porque un auto estaba dando vuelta. El tipo circunspecto miraba de lejos un charco, con resignación desaceleró su pasó, preparándose para mojar sus zapatos, ya con rictus de tragedia. Una audacia era lo que necesitaba, pero quizás no la conocía.

Imaginé que era un tipo con amplia cultura y con ética rígida y cerrada, adecuada para estar relativamente seguro, a salvo en estos días rojos; para tener una vida aburrida y morir con pasividad. Entonces supe lo fácil que es confundir la resignación con la aceptación al cambio. No me entretendré en explicarlo, pero en ocasiones un pequeño acto es suficiente para saber cómo actúa y actuará una persona en las situaciones que encare y le presenten dilemas personales. Hay otras que aunque se duerma con ellas 20 ó 30 años, no se puede afirmar que se las conoce.

Le busqué el rostro al tipo de la circunspección y cuando logré verlo, tremenda sorpresa. ¡Era yo cuando tenía 24 años! Retrocedí, retrocedí lentamente y no me percaté que lo hacía en dirección a la circulación de los automóviles. Uno de ellos me golpeó.

Desperté sin sobresaltos. Casi siempre salía ileso de los accidentes en mis sueños; esta vez no.

Me quedé recostado; no te miento si te digo tres o cuatro minutos.

Caminábamos por un largo pasillo con las paredes blancas repletas de cuadros que me recordaron las pinturas de Jacek Yerka. Segundos después, advertí que más que caminar junto a mi acompañante, era yo quien lo seguía, o peor aún, que él me conducía; aún no sabía a dónde. Giró a la izquierda, abrió la penúltima puerta y se introdujo, no sin antes indicarme con su ceja levantada, que al fin habíamos llegado.

Estábamos en una habitación vacía, cuya blancura la dotaba de una amplitud ilusoria; en realidad era una pieza cilíndrica de tres metros de radio. Me extendió un tubo parecido a una pasta de dientes.

−Desnúdate y cubre toda tu piel con el fijador.

Antes de seguir sus instrucciones, leí el tubo. En letras grandes “GS, Fixative". Seguí leyendo, al tiempo que me habló didácticamente.

−Sé que no sabes nada, que tengo que explicarte los procedimiento y después llevarte a tu casa 

No respondí, pero sabía que estaba ahí para entender algo. Sólo recordaba que las pinturas del pasillo eran de un polaco.

−El fijador es un gel que sirve para que se grabe aquí y en mi casa tu firma genética y puedas regresar sin problemas; GS son las siglas de “genetic sign”. Cuando termines, te pones esta pastilla bajo la lengua. Es un afrodisiaco.

Se disolvía con rapidez y su sabor era ácido. En la habitación entraron dos mujeres hermosas y desnudas. Una se me acercó. Nos besamos. Sentí su cuerpo caliente y la recosté sobre un edredón. Acaricié sus firmes muslos y sus amplias nalgas. Mojé mis dedos en ella y le empapé su pubis y su vellosidad sexual. Su aroma era fuerte, penetrante; una forma velada de meterse en mis recuerdos como yo en su vagina. La besaba y sentía su cuerpo sudoroso, mientras la empezaba a penetrar.

Debo confesar que no sentía tanta virilidad desde mi adolescencia. Mostraba una vigorosidad plena y satisfactoria. Por un instante busqué con la mirada a mi compañero, parecía mi espejo; la mujer me agarró la cara e hizo que la mirara fijamente a los ojos. Empecé a sentir los estertores. Lo que antes ocurría en segundos, parecía que duraba horas. A pesar de que me movía con pericia y gran velocidad, sentía el orgasmo, ¡era perenne!

Cerraba los ojos y escuchaba nuestras respiraciones y jadeos; sentí que el mundo era mi verga dentro de ella; abrí los ojos y la vi perdida, yéndose; ¡los volví a cerrar y vi blanco y negro!; ¡los abrí, no vi nada, abiertos o cerrados era lo mismo!; ¡placer, blanco y temblor!; ¡me iba y me venía! ¡Nada!: sentí que una fuerza me arrebató de ahí.

−No sólo es un afrodisiaco, pero era más fácil que lo entendieras por la experiencia que por una explicación.

−Entonces ellas fueron una alucinación –le inquirí, algo desilusionado.

Mientras se vestía, con una ropa distinta a la que se había quitado hacía ¿unos minutos?, me dijo que ellas eran cortesía de la pastilla que habíamos ingerido.

−Lo que te tomaste se llama catalizador sináptico. También tiene siglas: SC. Ya puedes vestirte, tu firma genética ya fue registrada en mi casa. Cuando digo casa, me refiero a mi planeta.

Abrió la puerta por la que supuestamente habíamos entrado, no había pasillo. Sólo una enorme habitación con muebles. Sentí un ligero mareo cuando abrió la puerta que daba a la calle.

−Te preguntarás dónde está el pasillo; ¿ahora me crees que estamos en otro planeta, en el mío? Por décadas los científicos del tuyo tuvieron pruebas, registros, de que por un attosegundo, se activaba una parte del cerebro cercana al hipotálamo, pero no sabían por qué, no tenían la técnica ni la tecnología para analizar el fenómeno. No es un órgano, sino un área del cerebro en donde, por alguna razón, durante el orgasmo, la sinapsis suele ordenarse y organizarsse, como si cobrara consciencia e independencia del resto y así como aparecían se esfumaban dichas formaciones neuronales. La droga que ingeriste prolonga esa reacción y así descubrieron que la energía que se libera ahí es un atajo a otros sitios del universo. Luego encontraron la forma de potenciar esa energía y usarla para viajar y así nos encontraron.

Caminábamos por la calle y era igual a la de cualquier ciudad de la tierra. Incluso vimos que del otro lado de la avenida, con escopeta en mano, una mujer asaltaba a dos ancianos.

−Creo que nos parecemos demasiado –comenté−, acá también hay de los malos.

−Sí, es parecido, pero no igual. Acá esa palabra no existe. Yo la entiendo porque soy un embajador en tu planeta, pero eso que nombras malo o maldad es, simplemente, una manifestación concreta de un sentimiento. Esa mujer cree que la sociedad le debe algo y los viejos son una representación idónea de aquella.

−Pero por qué estás tan seguro, pueden ser otras las causas; la pobreza, una venganza…

−En ese sentido somos una especie mucho más simple y sencilla que ustedes. Nuestros procesos mentales son más claros; no mejores ni peores, pero sí más directos.

Otra, pero fundacional diferencia, es que nosotros no tenemos religiones; el pensamiento religioso no se manifestó en nosotros. Nuestro cerebro genera ciertas enzimas que inhiben la acción de los precursores químicos necesarios para generar ciertos tipos de temores. No es cuestión de que tiren las cruces, las medias lunas o las pirámides; es insuficiente ser ateo.

−Una diferencia conceptual, cultural –dije, restándole importancia al asunto− ¿O qué otra consecuencia se deriva de la ausencia del pensamiento religioso?

−Ustedes tardaron en llegar a estos viajes más de seis mil años; a nosotros nos tomó menos de mil.

−¡Algún defecto deben tener respecto a nosotros! –repliqué con pretensiones defensivas de una raza cósmica insultada e inexplicable para mí.

−Nosotros lo planteamos como diferencias, no como defectos o virtudes. Una diferencia cabal es la pasión. Los mismos precursores que dan paso a procesos químicos complejos y posteriores, les permiten volcar todo su ser, con peculiar y desbocada atención, a determinadas tareas. Es una manera de explicar algunos saltos evolutivos propios de su especie. Como si la naturaleza los hubiera intentado compensar o anular los perjuicios ocasionados por su pensamiento religioso. Caray, esta forma de razonar y argumentar, propia de ustedes, es fácil de aprender y muy entretenida.

−¿Para dónde vamos, qué hago acá? –cambié el tema porque no alcanzaba a entender todo lo que me decía.

−Fuiste nombrado embajador de tu planeta en el nuestro. Allá mostraste una habilidad especial para aceptar al mundo. Se seleccionan a personas con alto grado de poliglositud o que dominen al menos siete idiomas. La capacidad de aceptar y aprehender el mundo y lo que en él hay con diferentes nombres, es un síntoma ineludible de apertura  mental de los individuos de tu especie. Y es una medida oficial para aquilatar a quienes podrían adaptarse más rápido a otros mundos.

Mi interés es enseñarte a vivir acá, que entiendas este mundo y sus formas de vida; sus peligros y todo en general.

−¿Por qué no sé mi nombre, a lo que me dedico; tengo hijos o esposa?

−Es parte del protocolo. Es importante que vengas con la cabeza clara, únicamente con la información necesaria para cumplir con tu deber. De hecho, algo no está funcionando bien, no deberías generar esas inquietudes.

Caminábamos sobre Avenida Dragones. En un puesto de periódicos vi las noticias: políticas, deportivas y demás. Revistas con mujeres desnudas y hermosas. Fue cuando me percaté que estaba leyendo en un idioma desconocido; no era inglés, árabe, chino, español, alemán, francés o alguno de los otros que conozco. No reconocía ningún carácter y la lectura era de arriba hacia abajo. En ese trance reflexivo dejé de entender lo que estaba leyendo.

−Esa es una de las formas del temor que su cerebro permite y que tiene importantes consecuencias sobre el pensamiento lógico. Incluso el tuyo, que fácilmente acepta al mundo, se llega a bloquear con estos estímulos que le son totalmente ajenos. Por unos segundos eso no estuvo consciente y pudiste leer nuestro idioma.

Noté que los semáforos eran plateados, que los pasos cebra eran de color azul y la carpeta asfáltica gris claro. El crepúsculo permitía distinguir un sistema binario y me costaba trabajo respirar.

Me sentí ajeno a ese planeta hasta que me percaté que ninguno de los coches que circulaban tenía un logo conocido; las marcas de los electrodomésticos en las vitrinas o en los espectaculares eran totalmente desconocidas, sus colores me parecían enigmáticos. Tuve una sensación de encierro, de estar en un mundo imposible y recordé que sentí lo mismo al ver los cuadros de Jacek Yerka. Tropecé y estuve a punto de caer, pero él me sostuvo del brazo.

−Entramos en un edificio que me recordó algunos de Europa Oriental. Dormí en la cama que me indicó.

En ese lugar siempre es hace 10 mil años. Cuando se descubrió, hace siglo y medio, se creyó que era un espejismo cósmico; luego, especularon si se trataba de una lente natural porque aumentaba el tamaño de los cuerpos celestes que se encontraban a varios años luz y que se miraban por ahí. Largos estudios mostraron que se podía cruzar por ese lugar y, al hacerlo, se hacía un viaje al pasado, 10 mil años ha. 

Eso, per se, fue asombroso para ustedes. Fue el primero de los tres descubrimientos que cambiaron la concepción de su lugar en el universo. El segundo, la posibilidad de habitar otro planeta por medio del coito, cuando diseñaron una droga que activa una parte de su cerebro que amplificada conecta con otras partes del cosmos. El tercero, cuando pudieron reproducir y manipular a bajo costo el Bosón de Higgs. Imitaron el túnel espacial, en donde siempre es 10 mil años atrás, en otros lados para buscar planetas habitables a donde llegar en poco tiempo. Lo que no lograron fue estabilizar dichos puentes porque su duración es de meses.

Me despertó la presencia de mi acompañante. Lo vi parado frente a mí.

−Es hora de irnos, debes llevar la fórmula a tu planeta.

−¿Qué fórmula de qué hablas? –dije sorprendido mientras me incorporaba.

−Sé perfectamente que soñaste el sueño de los 10 mil años  Lo que de él recuerdas es, apenas, el sello del empaque, su código de barras, para que entiendas. Créeme que la cantidad de información que transfundimos a tu memoria es inconmensurable en terabytes. Cuando les cuentes el sueño que tuviste, sabrán que la información está completa.

−¿Cuál es el propósito de todo esto, en qué lugar de la galaxia estamos? –le inquirí con rostro de falsa preocupación.

−Estamos en un sistema solar en la Constelación del Dragón. El propósito es construir el patrón de excitación neuronal idóneo para generar las sustancias que les permitirán manipular tres actitudes en particular: la ambición, la envidia y la deshonestidad. Luego, los neurofisiólogos aislarán los agentes químicos para replicarlos artificialmente.

−¿Por qué no simplemente les venden pastillas? –pregunté fastidiado.

−Es imposible, hay sustancias que sólo pueden producirse dentro de los organismos de las especies que los necesitan, en su hipotálamo, para ser precisos. El problema es que tardarán mucho tiempo en acceder a la técnica y tecnología necesarias para lograrlo por ustedes mismos. Por eso les vendemos estos códigos reactivos para su sistema nervioso central.

−Y seguro sus siglas son RCNCS –dije burlonamente.

−No, para este proceso usamos un acrónimo: Reconecs, que viene de su nombre “Reactive Codes for Nervous Central System” y los distribuimos por medio de sueños, es la forma más eficaz.

−¿Y eso de que siempre es hace 10 mil años es una tontería, no; puede ser una estupidez lo que genere en nuestro cerebro algún agente químico necesario, cierto? –con ansiedad quise saber.

−Tu planeta está rodeado del pasado. Si te paras en China y viajas hacia el espacio para cruzar un túnel viajas al pasado; lo lógico sería que si partes de su punto antipodal, Argentina, viajarías al futuro; no ocurre así. Todas las direcciones conducen al pasado, todo su universo es el pasado.

−Pero eso es imposible –dije casi con ternura, pero infiriendo que su monocorde voz decía la verdad.

−Todo es posible. Lo que resulta insostenible es el marco temporal del que parten, es una cuestión de enmarque.

Desperté. No había más tristeza rota. Parecía no haber nada, pero estaba yo. Cecilia, te busqué y no estabas ahí. Pero sabía que habías entrado a la hoguera con el huevo del dragón en brazos.