sábado, 24 de septiembre de 2011

Planeación Laboral

Ve a esos dos, Margarita, los que no paran de mirarse en aquella mesa. Parece que de sus sonrisas cuelga un par de notas musicales que hacen melodía. Habría que ponerle banda sonora a esa ternura que se entregan, es una injusticia no traer siquiera la cámara –Dijo Salamanca sin perder de vista a la pareja que estaba sentada casi a la entrada de la cantina.

En ese instante, Pruit le enseñó la foto que con su celular había tomado. Salamanca sonrió y tomó el móvil. Agrandó la imagen y nuevamente se quedó encantado. Pero después de unos segundos lo dejó sobre la mesa, cual propina desenfadada.

–No lo sé, Margarita, perpetuar esa imagen le resta algo. Hay momentos que merecen solamente las imágenes que permite la memoria, incluso una mala memoria; por ejemplo, hoy te recordaré con esa horrible diadema roja que traes.

–A mí me gusta fotografiar los ojos, la mirada de los gatos. No es soberbia ni indiferencia; la suya es una mirada hecha para las largas distancias. Sus ojos se desentienden de lo inmediato porque instalan y dilatan sobre el mundo un manto de magia milenaria. Luego, muy quitados de la pena y con modestia, se acurrucan en cualquier rincón de la casa o van a acicalarse junto a la puerta.

–Bueno, ¿tienes alguna propuesta, algún caso para resolver? –Atajó abruptamente, Salamanca–.

–Noel, recientemente has matado varios de mis conocidos, empezarán a conjeturar. Había pensado en Mariano Urzeta, un talentosísimo ejecutivo; de los que gana dinero con dinero de otros en la bolsa de valores, pero mejor alejémonos un buen rato de mi círculo social.

–¿¡Urzeta!? –Salamanca se quedó intrigado, pero continuó– Tienes razón. Por eso estamos aquí. No solamente para que conozcas esta tradicional y céntrica cantina, sino para que mires en persona a nuestro próximo trabajo. ¿Ves a ese cuate que está sentado a la barra? Se llama Marcos y se apellida Urzeta; ¿cómo ves, Margarita?, los hermanos Urzeta son nuestro caso –Salamanca terminó su tequila de un solo trago; satisfecho y con una ligera sonrisa, se recargó con desparpajo sobre el respaldo del gabinete, extendiendo sus brazos y con un gesto pidió otro trago–.

–Déjame contarte. Mis esbirros tienen diez meses investigando a Marcos; es, también, la primera vez que lo miro en persona. Es un artista muy reconocido en su medio, pero no vive de sus creaciones, cosa que a él lo tiene sin cuidado; es de alta prosapia. Solamente le sobreviven su hermano mayor y su abuelo. Tú conoces a Mariano, pero según sé es uno de los nuevos yuppies más acaudalados del país, un terrible mamonsísimo de primera.

–Será mamón, pero es un anfitrión excepcional comparado con los chavos de su edad. Además, es muy astuto, sabe mucho de gastronomía, vinos y bebidas; ha viajado por todo el mundo, y es muy guapo –Apuntó y recalcó Pruit, quien levantando la ceja izquierda y divertida, esperaba una celosa reacción de Salamanca–.

–Tú lo conoces mejor, yo sólo te digo lo que leí en mis archivos. Pero no creo que sepas que, siendo adolescente, Mariano abusó varias veces de Marquitos. Lo dejó traumado y con una confusa sexualidad inmanente. La única manera que encontró para disipar, temporalmente, sus tormentos a lo largo de los años, fueron sus esculturas y sus pinturas. Su obra tiene una signatura: cerraduras, candados; puertas y ventanas cerradas. ¿Lo has notado?

–No, no conozco su obra; ¿expone en algún lado? –Habló Pruit con el ceño fruncido.

–Sí, actualmente su obra está de gira por algunas ciudades de Colombia. Vino a México a cerrar una importante venta y, quizás, a morir.

–¿Qué edad tenía cuando ocurrió?

–Tenía diez años y su hermano, 16. Han pasado 20, son exitosos los dos, pero de una manera tan diferente –Dijo con gravedad y con el rostro circunspecto. Su mirada parecía un anzuelo pendiente y sin paciencia, que no terminaba de pescar algo–.

–¿Y por qué Marcos, por qué no Mariano?; digo, antes de mencionarlo, no sabías que era de mi círculo de amistades… ¿Por qué elegiste a Marcos? –Pruit pareció reclamar por una injusticia más que preguntar–.

–Marcos no sabe disfrutar la vida. Siempre con relaciones tormentosas, boicoteando sus sentimientos y emociones, cayendo en los excesos; es perfecto, nadie lo extrañará. A diferencia de él, Mariano sí que sabe vivir; tú misma lo acabas de decir, es famoso y querido. Mucha gente empezaría a preguntar. Pero hay algo más importante, Margarita. Si matara al mayor, ¿quién pagaría una investigación, a quién no le convendría el escándalo? A Marcos probablemente ni le interesaría y dejaría todo en manos de la policía; en cambio, te apuesto lo que quieras a que Mariano intentará lavar sus culpas pagando una investigación privada que dé con el paradero del asesino de su pequeño y adorado hermano menor. Las apariencias están bien arraigadas en gente como él: yuppie y de importante blasón. El nos buscará; tú sueles provocar eso muy bien.

–Noel, su abuelo lo extrañaría; no pensaste en él, no eres tan astuto –Pruit retó la astucia más que la moral de Salamanca; tampoco le pareció buena opción apelar a su piedad–.

–Al abuelo le dará igual lidiar con un investigador privado que con judiciales. El abuelo los quiere a los dos; incluso, Mariano es su predilecto, es el primogénito de su primogénito. Todo está listo y arreglado, Margarita. ¿Por qué tanta bulla? No me digas que te están dando rachas de moralina; cuántos años haciendo esto y…

Continuaron hablando por largo rato; revisaron algunos detalles del expediente Urzeta, ataron algunos cabos y  establecieron que debían contar con un poco de más información respecto a Mariano y lo que sentía por su hermano, aclarar bien cuál y cómo era su realción en la actualidad.

–Mira, ya se lo llevan cargando; va perdido de borracho. ¿Quiénes serán los que lo llevan?

–El coleccionista y amigos de éste.

Por alguna razón, la actitud de Pruit llevó a Salamanca a divagaciones muy lejanas. Se acordó de cuando la conoció; su intempestiva aparición y lo benéfica que ella fue. Pero los recuerdos que más emergían se relacionaban con las opiniones de ella respecto a los casos que iban resolviendo. Solamente una vez la había notado así, reticente. Mucho tiempo atrás, cuando él hubo elegido como víctima a un niño de seis años, cuyos padres murieron en un accidente. La muerte de éstos había favorecido desmedida y sospechosamente a la hermana y su marido. Al principio, Pruit se resistió a participar, aunque al final lo hizo muy bien.

Un lejano sentimiento de culpa, de esos que parecen la pieza sobrante del rompecabezas recién armado, recorrió la columna vertebral de Salamanca. Sabía que sólo en esas dos ocasiones había dudado en la elección, mas no en la ejecución. Entendió que entre Margarita y él había una conexión más intensa de lo que alcanzaba a entender. Más de diez años frecuentándola y aún no sabía el porqué apareció en su vida. No era amor; quizás deseo en algún momento, pero eso no era una respuesta.

–¿Ya pensaste quién será el asesino? Antes era eso lo que más te ocupaba, el eje de tus ingeniosos “casos”. No dabas un solo paso hasta que no tuvieras definido al culpable y delineadas las maniobras para que las pesquisas condujeran a él.

–La importancia de tener culpable es variable, según cada caso, querida; es algo que he aprendido con los años –Se notaban la falsa modestia en sus gesticulaciones y el falaz argumento evidenciado por ese “querida” que a Margarita le extrañó tanto; sus palabras parecían más una estrategia para evadir una verdad desagradable.

–Eso es mentira, Noel, sabes perfectamente que cada vez te importa menos, cada vez eres más indolente. Va a llegar un día en que no te importe si te descubren, si te encierran o si te matan.

Salamanca no sabía si era falso o cierto lo que ella decía. No tenía la capacidad para discernir sus propios sentimientos. Se sintió ebrio. Miró lo hermosa que estaba, lucía radiante con ese vestido rojo y su siempre esplendorosa melena roja, apresada por esa diadema.

–¿En qué piensas, Noel?

–¿Quién eres, Margarita? ¿Por qué nunca me has hablado de tu pasado, de lo que haces cuando no estás conmigo, de lo que hacías cuando no me conocías; por qué llegaste así a mi vida? –No parpadeó una sola vez mientras la inquirió; ni siquiera después.

–Ya estás tomado. Yo no te voy a llevar cargando –Lo miró burlonamente.

Él se quedó inmóvil esperando la respuesta. Se terminó otro tequila; no necesitó llamar al mesero, quien ya llenaba su caballito.

–¿Quién era el filósofo o poeta que hablaba de un mundo fantástico en donde decir la verdad de las cosas era atentar contra su existencia, deshacerlas, regalarlas al olvido, a la nada? No recuerdo, pero algo así soy para ti. Si te dijera quién soy, desaparecería de tu vida, y aunque eres un verdadero hijo de puta, me agrada trabajar contigo; y eso que no me das prestaciones: ni IMSS ni INFONAVIT, ¡eh! A ti sólo debe interesarte saber lo que hago y lo que puedo hacer.

Salamanca se levantó furioso, sacó unos billetes de su bolsillo y los echó sobre la mesa. Miró amargamente a Margarita y se marchó con su caballito en mano. Ella lo despidió con una sonrisa traviesa que mostró sus blancos dientes y con una larga mirada, como la de los gatos, lo siguió; vio que se perdía entre decenas de personas que llegaban y partían del kilómetro cero.

El mesero, al ver vacía la mesa, con premura tomó el dinero, lo contó y con tranquilidad guardó su parte, una generosa propina. Miró con extrañeza la diadema, se la llevó y segundos más tarde, la tiró.