Me tomé dos whiskeys irlandeses. En mis orejas retumbaban aún sus palabras: −¡Solamente quieres lo que no tienes! El azotón que le dio a la puerta ni lo escuché; todo se detuvo menos el reloj, menos mis pensamientos. Ella tenía razón, es decir, no estaba en posición de concedérsela.
Llegué a la estación de radio a preparar el programa. Eran las 19:43 horas y yo sin un guión, sin haber preparado la entrevista para Baturoni. Quizás llenaría el espacio con puras canciones. En mi cabeza sonaba la canción Carnaval de Brasil de Calamaro; la repetía hasta el final una y otra vez en mi mente, buscando respuestas a preguntas no elaboradas por Nadia ni por mí.
La conversación y las canciones de Baturoni fueron cabales para llenar el programa. Yo, empecinado en reconstruir el dolor de Nadia, no advertí la realidad hasta que estaba en el Metro e iba descendiendo las escaleras de la estación Balderas, rumbo a mi casa. Atrás de mí venían un par de estadounidenses parlando sobre fechas y horas; la verdad no les puse mucha atención.
Cuando llegué al anden, vi que el Metro estaba por partir; corrí, y detrás de mí ese par de extranjeros.
−We need to leave this country, tomorrow at mourning.
−Stop, Evans, Nobody knows anything, take it easy, man.
Los voltee a ver y lucían espantados en sentido lato, es decir, como cuando el Titán Pan, al ver la victoria de Zeus huyó y desde entonces las palabras pánico o apanicado funcionan como sinónimos de miedo o asustado. Ella que, por lo que pude entender, se llamaba Anna, no dejaba de mirar las estaciones de la línea en la parte superior de los vagones; Evans, parecía que intentaba buscar con sus ojos una mirada, su mirada, para que viera algo.
−We fuck it, Anna, we fuck it…
−Shut your mouth, remember we have to be strong, to forget, ella casi le susurraba.
Anna pasaba de la impaciencia al desdén y él, de la lontananza al miedo.
Yo dudaba porque mi inglés no es muy bueno; suelo pasar de la mala interpretación a la ignorancia del vocabulario en ese idioma. De pronto recordé un examen oral en inglés en el British Council, cuando un tipo se sentó frente a mí para examinar mi conversación; creí que ante mí estaba Winston Churchill, pero sobrellevé bien la conversación porque hablamos de Oaxaca y la APPO. Nos entendimos bien porque yo creí que me entendía y el, que yo estaba enterado.
−He was our friend, Anna; I feel like a…
−Please, Evans, he was a traitor overall…
Llegué a la estación de radio a preparar el programa. Eran las 19:43 horas y yo sin un guión, sin haber preparado la entrevista para Baturoni. Quizás llenaría el espacio con puras canciones. En mi cabeza sonaba la canción Carnaval de Brasil de Calamaro; la repetía hasta el final una y otra vez en mi mente, buscando respuestas a preguntas no elaboradas por Nadia ni por mí.
La conversación y las canciones de Baturoni fueron cabales para llenar el programa. Yo, empecinado en reconstruir el dolor de Nadia, no advertí la realidad hasta que estaba en el Metro e iba descendiendo las escaleras de la estación Balderas, rumbo a mi casa. Atrás de mí venían un par de estadounidenses parlando sobre fechas y horas; la verdad no les puse mucha atención.
Cuando llegué al anden, vi que el Metro estaba por partir; corrí, y detrás de mí ese par de extranjeros.
−We need to leave this country, tomorrow at mourning.
−Stop, Evans, Nobody knows anything, take it easy, man.
Los voltee a ver y lucían espantados en sentido lato, es decir, como cuando el Titán Pan, al ver la victoria de Zeus huyó y desde entonces las palabras pánico o apanicado funcionan como sinónimos de miedo o asustado. Ella que, por lo que pude entender, se llamaba Anna, no dejaba de mirar las estaciones de la línea en la parte superior de los vagones; Evans, parecía que intentaba buscar con sus ojos una mirada, su mirada, para que viera algo.
−We fuck it, Anna, we fuck it…
−Shut your mouth, remember we have to be strong, to forget, ella casi le susurraba.
Anna pasaba de la impaciencia al desdén y él, de la lontananza al miedo.
Yo dudaba porque mi inglés no es muy bueno; suelo pasar de la mala interpretación a la ignorancia del vocabulario en ese idioma. De pronto recordé un examen oral en inglés en el British Council, cuando un tipo se sentó frente a mí para examinar mi conversación; creí que ante mí estaba Winston Churchill, pero sobrellevé bien la conversación porque hablamos de Oaxaca y la APPO. Nos entendimos bien porque yo creí que me entendía y el, que yo estaba enterado.
−He was our friend, Anna; I feel like a…
−Please, Evans, he was a traitor overall…
.
Fue cuando me empecé a inquietar porque supe que estaba entendiendo una conversación en la que le habían hecho daño a alguien. No quise voltear a verlos y prevenirlos; opté por dejarlos suponer que nadie los entendía en ese vagón .
−We must to take the bus to Cuernavaca and disappear.
−Yes, off course.
Se bajaron en División del Norte; yo, proseguí mi camino hasta Universidad.
Pero al recordarlos, caigo en la cuenta de que ambos tenían los dedos manchados de rojo; acaso sangre.
Rememorando su conversación he llegado a suponer que estuve en presencia de un par de asesinos; con la atenuante de que en el morral de Anna, sobresalían pinceles; quizás eran dibujantes y platicaban sobre alguna película o una obra de teatro.
Probablemente mi subconsciente me jugó alguna broma, y a partir de esos pinceles que no percibí en primera instancia, y ese nerviosismo, fragué una proyección de la manera calculadora o frívola con que engañé a Nadia.
Un norteamericano asesinado en al Zona rosa, aparece fotografiado en La Prensa de hoy. Un extranjero en el corazón de Nadia me siento yo.
Fue cuando me empecé a inquietar porque supe que estaba entendiendo una conversación en la que le habían hecho daño a alguien. No quise voltear a verlos y prevenirlos; opté por dejarlos suponer que nadie los entendía en ese vagón .
−We must to take the bus to Cuernavaca and disappear.
−Yes, off course.
Se bajaron en División del Norte; yo, proseguí mi camino hasta Universidad.
Pero al recordarlos, caigo en la cuenta de que ambos tenían los dedos manchados de rojo; acaso sangre.
Rememorando su conversación he llegado a suponer que estuve en presencia de un par de asesinos; con la atenuante de que en el morral de Anna, sobresalían pinceles; quizás eran dibujantes y platicaban sobre alguna película o una obra de teatro.
Probablemente mi subconsciente me jugó alguna broma, y a partir de esos pinceles que no percibí en primera instancia, y ese nerviosismo, fragué una proyección de la manera calculadora o frívola con que engañé a Nadia.
Un norteamericano asesinado en al Zona rosa, aparece fotografiado en La Prensa de hoy. Un extranjero en el corazón de Nadia me siento yo.