martes, 30 de diciembre de 2008

12 Uvas con Semillas

Este último texto del año, que no tiene nada que ver con su título por un simple arranque de antipodismo, expresa lo que a juicio del redactor debieran ser algunos puntos de atención no sólo durante 2009, sino hasta el 2012 (y no precisamente por ser año electoral) para el ser humano.

1, 2, 3. Como civilización occidental, obviando todos sus entretelones, ya nos hemos dado cuenta a lo largo de los últimos 25 años, que tan sólo somos una forma de vida más en el Cosmos, y que lejos de preocuparnos por intentar tener contacto con otras formas de vida extraterráqueas, debemos aprehender el arte de sobrevivir dentro de una ruta de autodestrucción de la que no será fácil salir.

Si seguimos fundando nuestros intereses en torno a la Propiedad y la Plusvalía, podrá haber Reforma, Revolución o Preservación, pero no Evolución. Por otra parte, el tiempo es propicio para elevar el discurso por encima de las Banderas y el Estado-Nación; optar por la generalización de organizaciones sociales regionales. Los primeros pasos son los de Europa. ¿Qué no hay condiciones para el cambio en latinoamérica? Nunca las habrá; hay que inventarlas porque históricamente los cambios se han dado en función de estrategias de poder, es decir, cuando los actores que detentan el poder, advierten que pueden mejorar su posición, ya sea a través del acuerdo o la violencia, los promueven.

Es por lo anterior que hay que trastocar la estructura de la civilización, y lo ligo al punto siguiente.

4, 5, 6. El Derecho, la Ley. Digamos que el documento por excelencia de este sistema intelectual es el Acta de Constitución Nacional. Ahí sucede todo, se asientan los órdenes político, social, económico, etcétera. A partir de ahí uno adquiere o niega su identidad, sus valores y prejuicios; toda la gama actitudinal. A partir de esos documentos nacionales se tejen confabulaciones y se protegen derechos; se fomenta la discrecionalidad, pero también el instinto de la vida.

Judicializar las relaciones sociales es un arma de doble filo si los promotores no tienen una sólida ética asociada al instinto de solidaridad, y creo que no los hay, por lo menos no abundan.

Pero criticar es fácil, más aún después de Platón y Aristóteles; Locke y Hobbes, pasando por Kant y Kelsen; y llegando a Hayeck, Rawls y Bobbio. Lo que he leído apenas me alcanza para empezar a entender y explicar que tenemos problemas con el Derecho.

La idea es pasar de un Derecho negativo a uno positivo. En este orden de ideas, el Derecho negativo sería el tradicional que se dedica a regular las relaciones sociales existentes; ejemplo de ello es una Constitución. Una ley de participación ciudadana es un paso adelante porque pretende estructurar o institucionalizar las relaciones entre el gobierno y la sociedad, que son relativamente nuevas. Pero lo ideal sería trabajar sobre cómo regular las relaciones que no existen, esto es, hacer reingeniería jurídico-socio-política.

Pienso en la pareja que está esperando el parto de su hijo. No estarán planeando forzar a su criatura a ser doctor o economista, pero sí en llevarlo al hospital a vacunarlo, a la escuela para adquirir conocimientos. Es decir, hay ciertos segmentos de su vida que están plenamente determinados. Sin que esto signifique una receta, podríamos transpolar el ejemplo para elaborar un Derecho positivo que pueda empezar a sustentarse en el sistema escolarizado elemental.

Hablo de contenidos de la enseñanza cívica que no describan a héroes mexicanos, argentinos o cubanos, sino a personajes latinoamericanos, que pelearon por o erigieron algo en la región. Fraguar desde la primera infancia la identidad latinoamericana.

Si los gobernantes continúan detonando discursos pro latinoamericanistas sin un sustento sociocultural, los fracasos seguirán visitándonos. Sin embargo, podemos aprovechar que la visión latinoamericanista “ampliamente difundida” y que ha logrado cuajar más o menos en el inconsciente colectivo de los habitantes de la región, incida y apuntale a las nuevas generaciones que ya estarían permeados de un nuevo bagaje cívico: ciudadanos de Latinoamérica.

Si la hipótesis es correcta, y un viraje en los contenidos cívicos de la enseñanza elemental da sustancia a las relaciones sociales en su sentido lato, entonces es válido y coherente pensar que se puede regular al respecto, adelantarse a los hechos. Establecer las reglas de los ciudadanos latinoamericanos para que la inserción social, de las futuras generaciones, no sea tan accidentado.

Una vez delineado lo anterior, es momento de abordar un problema mayúsculo y que tiene que ver totalmente con la ciencia y la tecnología en relación con la civilización.

7, 8, 9. He leído con atención textos acerca de la evolución de la vida en nuestro planeta; desde Oparin a Darwin y, luego, a Desmond Morris. Más acá, Collin, Sulston, Venter, Smith y Weissenbach con lo del Proyecto Genoma Humano. En resumen me parece que la vida es una concatenación paulatina que de pronto y “quién sabe por qué” da saltos evolutivos, si por evolución entendemos mejores formas de adaptación al medio.

La investigación metódica de una civilización de pocos miles de años, ha logrado explicar de manera coherente, sucesos de millones de años de antigüedad, y ha pronosticado el futuro de millones de años; me parece que es de las cosas más valiosas del sistema intelectual científico.

Bueno, pues la técnica y la tecnología, producto de la investigación metódica, en los últimos 50 años, por decir, se han desarrollado con un ritmo inversamente proporcional a la evolución natural de la vida, ya ni digo de la vida en sociedad. La pregunta es: ¿Cómo manejar estos desarrollos técnicos y tecnológicos si sus productores tienen un ritmo de evolución menor?, ¿cómo manejar esa disparidad en las velocidades?

Decía Carlos M. Cippola, más o menos, que si un hombre se quedaba dormido en el siglo V y despertaba en el XIII, fácilmente se podría adaptar a su sociedad (hablaba de Europa). Si un hombre se quedase dormido en 1950 y despiertase en 1996, no entendería ni un comino (hablaba de todo el mundo).

Los valores de los recolectores no podrían haber funcionado en el sistema feudal; así como los de un feudalista no funcionaron después de la Revolución industrial. ¿El coctel de valores que poseemos en este cierre de década es el adecuado para el ritmo de desarrollo técnico y tecnológico que permea?

Vámonos a los extremos, ¿es lo bueno y lo malo el ring en dónde se debe realizar el ser humano contemporáneo?

Por otra parte, lo que está evolucionando en nuestro cuerpo no es la funcionalidad de todas sus partes, sino particularmente la del cerebro y sus alcances. Las armas son una extensión de los brazos y manos; los carros, de nuestros pies, y así se puede uno seguir. Pero los mayores y más sorprendentes avances técnicos y tecnológicos como en la cibernética, las telecomunicaciones, los radiotelescopios, etcétera, son una extensión de nuestro cerebro; es hacia este órgano que se dirigen las mayores inversiones.

Entonces, ¿por qué el andamiaje ético-moral parece que no es el apto para todos estos avances? Aventuro una respuesta: es el sentido de la Propiedad y la Plusvalía lo que está entorpeciendo nuestra evolución. No pregono el comunismo porque no promuevo esquemas que, a mi juicio, atentan contra la naturaleza del Ser (muy ruselliano). Pertenecemos al reino animal, a la especie de los mamíferos, al suborden de los omnívoros. Somos gregarios pero individualistas. El individuo puede ser uno o una comunidad de éstos.

Sin embargo, el animal no procura la extensión de su propiedad más allá de sus necesidades, mucho menos el lucro a costa de la carencia de los de su especie. Esto es un atributo exclusivo del homo sapiens. No creo en que ello sea malo o bueno, pero sí considero que altera el proceso evolutivo de lo ético-moral.

Lo ético y lo moral es algo muy abstracto que puede aterrizarse en el dilema: necesidad y deseo.

10, 11. Acá, hasta ahora, no he encontrado las respuestas necesarias para sembrar las semillas de estas uvas. La historia y el saber son tan implacables conmigo, que sólo me permiten esbozar algunos aciertos y demasiadas dudas.

No sé quién dijo que el camino a la certeza está plagado de dudas o errores, pero eso parece una lápida si lo que se intenta es mejorar las cosas que no dependen de uno ni de dos. Quizás tampoco depende de todos. Al final del día, ¿qué es la certeza, el error, la duda? La subjetividad es una cadena que nos sigue atando a la mazmorra de las versiones.

12. Entonces, Alexander Botafogo, le dio sus últimas palabras a Castillo, y murió en paz. Ni Melanchton, D’Alembert o Maximillian, pudieron dar jamás con el paradero de aquel primer homo sapiens, quien tuvo la gracia de la eternidad y la infinitud por haber sido el primero en todo. El que por vez primera experimentó la consciencia, el miedo, la alegría… todo a lo que nos permite acceder el cuerpo.

No es un pasaje megalómano, es una alegoría para explicar que hay que escuchar con humildad a nuestros mayores, porque a pesar de que sintamos que sabemos más, no es verdad. Uno puede leer y vivir a toda velocidad en un corto lapso de tiempo, pero la vida se decide por los detalles y éstos sólo se divisan sentándonos a descansar, un ratito, en la rivera del río de Heráclito, que aunque sus aguas nunca son las mismas, cómo se parecen.

Melanchton, D’Alembert y Maximillian son los perseguidores, es decir, los censores de la lengua, si es que el lenguaje, y su función, es la única esperanza para vivir.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Tic Tac

Tic tac, tic tac… Yo no tengo ganas de contar el tiempo, hacerlo ahora sería registrar la magnitud de tus ausencias; sí, en plural, porque hacerlo en singular falsearía el significado de tu presencia; sí, en singular, porque ésta sintetiza lo que deseo.

Tic tac, tic tac… Transcurre eso que llamamos tiempo, y yo quisiera que también culminara la dilatada procesión de recuerdos que únicamente sirven para saber que estás lejos, en tu terruño; en una etapa antisocial que para mí es puro veneno.

Tic tac, tic tac… El silencio es un momento atroz en estas circunstancias porque los recuerdos dejan de ser susurros y se convierten en estridentes ruidos. La imaginación empieza a jugar con el pasado, ese juego cruel que empieza por decir: si hubiera…

Tic tac, tic tac… Luego viene una estupidez en forma de espejo y se nos para enfrente y nos reconocemos, pero simulamos y nos sorprendemos para inventar que no lo sabíamos; aún así, nos reflejamos más claramente en ese objeto.

Tic tac, tic tac… Y no se puede más que escribir o leer. Leer mucho, enterarse de otras cosas, saber que gente muere y mata; que el ojo del huracán no está acá. Escribir mucho para decir todo lo que no se ha dicho, aunque no esté presente el destinario.

Tic tac, tic tac… Este día no va a terminar antes porque yo lo decida; hoy no vas a regresar porque yo lo desee. Es curioso cómo llega uno a creer que su versión de las cosas es la definitiva; es extender la alfombra de mi existencia para tu regreso.

Tic tac, tic tac… Hago uso de mi irresponsabilidad, le doy libertad para evitar mis quehaceres, que no son más que otra forma de medir el tiempo, otro reloj del que no voy a ser manecilla, porque así se pasa fácilmente de la desesperación a la desesperanza.

Tic tac, tic tac… Especular qué estarás haciendo ahora que tecleo para bordar tus ausencias. Aventurar algunas hipótesis, unas muy desgracias; otras, sumamente afortunadas. Me rasco la cabeza, miro a todos lados, ¿dónde está Lucía?

Tic tac, tic tac… Se aparece la angustia para decirme que regresará otra persona que jamás me conoció; no le creo. Llega el espanto y me dice que sí me reconocerá, pero sólo porque ello es necesario para olvidarme; no le creo.

Tic tac, tic tac… Nada más han transcurrido quince minutos, unas canciones, pero no pasa nada; no sucederá, no esta noche que se cae sobre el departamento que estoy desocupando para no volver jamás.

Tic tac, tic tac… Dejar constancia es lo que puedo hacer, por ahora. Enterar que durante este tiempo pasó todo sin dejar ningún rastro, sólo palabras que buscan a tus ojos…

viernes, 26 de diciembre de 2008

La voz, el Lago

Cerró los ojos y los abrió, supo que por tercera vez en el año, estaba despierto dentro de su sueño. Estaba seguro de ello porque al ver la calle de una ciudad desconocida, recordó que acababa de acostarse hacía unos segundos.

Caminaba por una acera deshabitada, con puestos ambulantes levantados y en el suelo algo de basura. Advirtió pronto que lo que en un principio le pareció una ciudad ajena a la suya, no era más que la avenida Puente de Alvarado, pero sin gente ni comercios abiertos; el Boca del Río estaba cerrado.

Una vez aclimatado, decidió poner manos a la obra, y es que tener conciencia de estar dentro de los sueños y ejercer la voluntad ahí, no es cosa fácil, pero una vez desarrollada esta capacidad, uno puede jugar a hacer casi lo que se desea. Se puede visitar a la persona que uno quiere y ya no puede ver durante la vigilia, ya sea porque vive lejos o porque ya no está más.

Él ya había visitado a un par de seres queridos que habían muerto, pero en la segunda visita, a su padre, se percató de que no era una práctica sana para él, ya que las locuciones de su Papá no fueron más que recortes que su inconsciente hizo de la memoria que guardaba de las interlocuciones que tuvieron en vida. Decidió que esa alteración profanaba la identidad de sus muertos y optó por mantenerlos en su memoria tal y como habían sido, con todo y las imprecisiones que todo recuerdo comporta, a pesar de que el tono de sus voces y la nitidez de sus rostros se vayan diluyendo.

Así que se dispuso a buscar a Ros, como le decía de cariño a su compañera quien había salido de viaje. Se metió al metro en Revolución, pasó el torniquete y esperó al tren en el andén. Lo abordó y buscó a Ros con la calma de quien sabe que va a encontrar. La vio parada mientras se sentaba en el suelo. Leía un libro de Michel Foucault. Antes de acercarse a ella, recordó que si la persona en cuestión no está dormida, también, el efecto es muy similar a lo que ocurre con las personas que han fallecido: sus respuestas se componen de recortes de las argumentaciones expresadas en la vigilia. Para que la charla sea plena, es menester que la persona se encuentre en estado onírico. La forma en que había aprendido a reconocer esto era muy sencilla: Ros tenía que mostrar sorpresa de verlo. Si ello no ocurría, más valía no continuar e irse.

–Hola, Ros, ¿a dónde vas?

–¿Y tú qué haces acá?–, desconcertada le respondió mientras se le caía su libro. Fue cuando vio el título del libro: Vigilar y castigar.

Sin responderle, se sentó junto a ella y olió el tenue perfume que la identifica cuando no habla. Sintió esa torpeza que delata al enamorado; miró sus incontables pecas. Ella recogió su libro y lo cerró; no dijo nada, pero se besaron. Él entendió al fin lo que le pasó a Jaromir Hladík, hacia el final del cuento El milagro secreto de Borges.

–Vente, vamos a bajarnos en esta estación– La tomó de la mano y se bajaron en San Cosme. Caminaron por las calles desiertas y casi llegando a Insurgentes, algo pasó, alguien le arrebató el dominio de la situación. De repente, Ros no estaba con él. Sintió el tibio vahó de una boca cerca de su oreja diciéndole: –Tienes que salir de acá, hay alguien que te necesita, debes cruzar por esa puerta que está al fondo– Él, sorprendido preguntó –¿Por qué yo, de quién se trata?

–Porque puedes decidir en estos lugares, casi nadie puede–.

–¿Pero quién eres… y porque no lo haces vos? La voz explicó que no era un quién sino un qué. Se trataba de un canal de energía al que él mismo se exponía con ese tipo de experiencias. A continuación, el iba en camino a la puerta indicada, pero no lo había decidido. Era la primera vez que esto le acontecía en este tipo de sueños. Pensó que simplemente el sueño se había tornado ordinario; muy pronto advirtió que era totalmente lo contrario, que estaba experimentando una evolución onírica más.

Abrió la puerta como un autómata con instrucciones precisas, entró y al cerrarse la puerta, salió del agua para tomar aire, sentía que se estaba ahogando. Nadó lentamente hacia una orilla. Con las ropas ensopadas se puso de pie y se sintió nuevamente en pleno uso de su voluntad. Se tranquilizó y ello le permitió observar un maravilloso lago, apenas alterado por su erupción, que reflejaba pinos y colinas, campos verdes. Dio vueltas para entender y admirar que los pinceles del tiempo y la naturaleza no pueden ser guiados por imágenes, acaso por la originalidad.

De su reflexión lo sustrajo una vereda de tierra. Caminó por ella y cruzó una colina. Estaba en la parte alta y a lo lejos advirtió a dos personas vestidas de negro que se dirigían hacia él. Se salió de la vereda para intentar acercarse a ellas por detrás. Se aproximó bastante a ellos, quizás unos diez metros, y los fue siguiendo.

Estos hombres no perdían el paso, iban lentos pero constantes en su marcha por la seca vereda. Nada parecía fuera de lo normal. Un par de minutos después, prefirió dejar de seguirlos, pero la voz le dijo que tenía que detenerlos porque dentro de poco tiempo cometerían una atrocidad.

–Ellos aún no saben lo que cometerán porque no lo tienen planeado, entraron acá sin saberlo, pero lo harán–

–¿Cómo sabes que lo harán?–, preguntó él y se sintió ingenuo porque no sabía con quién platicaba.

–Porque lo que tienes que evitar ya ha ocurrido, y se seguirá repitiendo, tal como dice el Civitas Dei, acerca de Platón, que todo regresará a su estado original y repetirá su devenir infinitas veces; así, una vez que hayas evitado lo que sucedió, lo seguirás evitando por siempre, a partir de ahora–. Él no entendió del todo lo que la voz le dijo, pero le hizo caso.

Continuó siguiendo a ese par de hombres y se asustó cuando se dio cuenta que en más de quince minutos de trayecto, éstos no habían dicho una sola palabra. Deseó mirarles las caras, pero no podía hacerlo sin delatarse.

Con su mirada recorrió la vereda y vio que descendía, y rodeaba el lago; luego, subía por otra colina más alta. Tomó un atajo para llegar hasta donde desembocaba el camino de tierra; corrió para tomar la ventaja de unos minutos antes de que llegaran esas figuras que sólo aparentaban humanidad.

Se detuvo a mitad de la colina para descansar un poco; echó un vistazo hacia abajo porque es inevitable no mirar el lago una vez que se lo observa. Era un espejo que reflejaba los pinos, el pasto y la vereda. Se estremeció al ver que aparecieron en la cima de la otra colina los de negro, pero no fueron reflejados por el lago. Sintió ganas de llorar, no de tristeza ni de nostalgia; simplemente, porque la belleza era rasgada por algo que le pareció inhumano.

Retomó su carrera; cada tanto volteaba a ver el paso lento y continuo de los de negro. Era insoportable para él, verlos sin reflejarse en el lago. Casi llegaba a la cima de la colina. Mientras más cerca se encontraba, más pronunciada era la pendiente. Se resbaló, pero alcanzó a agarrarse de una roca. Se lastimó la muñeca y se raspó los brazos. Logró ponerse de pie y vio algo inesperado: En un hueco de la verde colina, invisible desde cualquier otro punto, estaba una niña sentada bajo un árbol de eucalipto. Estaba recargada en el tronco. Tenía una muñeca a su lado y estaba muy contenta.

Entendió que esos ¿hombres? le harían daño. Quiso, mas no pudo, acercarse a ella. Quería llevársela de ahí. Intentó gritarle y fue en vano porque no se oía su voz por más que gritaba, ni siquiera él mismo se escuchaba. Desesperado, le hacía señas a la niña. La vio y creyó reconocer sus facciones. No atinó a adivinar de quién se trataba; además, no tenía tiempo para averiguarlo.

Ella tenía un par de trenzas, un cabello negro, muy negro. Vestido y calcetas azul marino y zapatillas negras.

Cuando volteó para ver por dónde venían ese par de figuras, vio un cuerpo vestido de negro que recortaba el paisaje. ¡Estaban ahí!

Con sus manos quiso empujar al primero, pero éste también lo agarró. Forcejearon unos segundos, y con su cabeza le pegó en el pecho oscuro. Sólo vio a ambas figuras que caían rodando desde lo alto de la colina.

Aún agitado por la querella y recuperando la calma, volteó a ver a la niña que seguía contenta, jugando con su muñeca. Se sintió bien y sonrió: –Lo hice–.

Se asustó al ver cómo los seres de negro terminaron cayendo dentro del lago y no los vio más.

La voz le dijo: –Corre, corre ahora. Vuelve a sumergirte en el lago por donde llegaste–.

Se sumergió. Nuevamente estaba en Puente de Alvarado. Buscó a Ros pero no la encontró. Tenía un mal presentimiento, las calles no parecían las mismas; sintió nauseas y la sensación de lo desagradable. Recordó que los de negro cayeron también dentro del lago.

–Es hora de despertarme–.

Se incorporó, sintió un fuerte dolor en el cuello; se sobó y se talló los ojos; fue al baño y prendió la luz. Se quitó la playera y vio sus brazos con rasguños. No le sorprendió, esas intensas experiencias oníricas ya le habían dejado otras marcas en la piel. Miró al suelo y vio con marcas de lodo, pisadas que no eran las suyas. Estaban por toda la casa.

–Ya están en mi cabeza… ¿vienen por mí?–.

domingo, 21 de diciembre de 2008

1918, la Leyenda de Atanasio en Tlalpan

1918, durante la época en que late el corazón del año litúrgico. Tiempo Pascual. Días de guardar, de reconciliación cultural entre la luna oriental y el sol occidental, en torno de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Días, aún, de guerra civil, pero de asentamiento constitucional en México.

Cerca de la Capilla del Calvario, en Tlalpan, Distrito Federal, se desarrolla la historia de Atanasio, narrada en el libro Cultura y Mitos en la Delegación Tlalpan, de reciente publicación, escrito por el connotado etnólogo Don Augurcio Reyes Nava.

De Atanasio, se desconocen sus apellidos, los testimonios refieren que era originario de Morelos, que llegó con las tropas zapatistas y que fue herido en combate.

Auxiliado por el párroco del lugar, Atanasio encontró reposo y consciencia después de 15 días en que se debatió entre la vida y la muerte. Al amparo de ese hombre religioso, el morelense vivió los siguientes meses trabajando en un establo ordeñando vacas, colectando huevos, entre otras labores.

Llamaba la atención que siendo un joven de armas, hubiera pasado de la retracción a la distracción; algunos afirmaban que en realidad los zapatistas lo habían abandonado por su estupidez. No conversaba, nadie había escuchado su voz, pero el padre Hernán de Alva lo adoptó como a un hijo de la Iglesia.

El jueves Santo, en la fiesta que regularmente se hacía en la explanada frente a la Capilla, ocurrieron los hechos que le dan vigencia, todavía entre los pobladores del lugar, a la leyenda de Atanasio.

Dicen que fue una noche atípicamente invernal en plena primavera. Aún dañada la instalación eléctrica, los comensales disfrutaban de una velada en una casa de madera muy bien iluminada por innumerables candeleros y lámparas con velas. Destacaba en el centro del comedor una gigantesca lámpara colgando a una altura de ocho o diez metros.

Pan, vino y sal circulaban por todas partes. Atanasio estaba nervioso desde la mañana, intuía el porqué pero no quiso decir nada, ni siquiera al padre Hernán. Se acercó a éste para ofrecerle otra copa de vino y amagó con servirle; le sonrió al taciturno joven mientras asentía con la cabeza. Atanasio distraído, hartó la copa del padre y lo salpicó; se asustó, pero de Alva sólo le devolvió una caricia en la mejilla: –Limpia esto, hijo mío–.

El joven, moreno, con rasgos aindiados, se dirigió a la cocina, observó a la hija de la cocinera de la cual estaba enamorado; supo que ella desataría la desgracia y que sería mejor darle un golpe, dejarla inconsciente por unas horas hasta el amanecer. Así lo hizo y la escondió en la bodega; nadie notó esa ausencia, ni siquiera su madre que estaba siendo seducida por un comerciante acaudalado, en una de las habitaciones en la parte superior del lugar.

Asustado por lo que había hecho, Atanasio quiso salir a tomar aire. Quitó la tranca que aseguraba la puerta de la cocina, salió para respirar aire fresco, pero observó una oscuridad anulada por la luna llena; presintió el fin, e inmediatamente se volvió a meter. Olvidó colocar la tranca nuevamente, por la premura que sintió de ver cómo se encontraba la hija de la cocinera; temía haberla matado.

Ella estaba con vida, pero su cabeza no dejaba de sangrar. Cerró bien la puerta de la bodega, y fue cuando escuchó las pisadas que se acercaban a la casa con lentitud. No eran ruidos de pies, ni de patas; no, lo que se acercaba era algo inhumano que jamás conocería el amor más que para nombrarlo y extender su dominio, pensó Atanasio.

Se alejó de la cocina caminando torpemente de espaldas, lleno de pavor. Nadie prestó atención porque la diversión de la fiesta no dejó espacio para ello, y porque estaban acostumbrados a las extravagancias del joven sirviente.

Tumbaron la puerta y entraron a la casa; un lengüetazo de la fría oscuridad apagó casi todas las luces menos la de la gran lámpara central bajo la cual se encontraba Atanasio, estupefacto. Un militar y el párroco se levantaron como si estuviesen siendo estrangulados. Empezaron a matar a las personas entre gritos de auxilio y desesperación.

Atanasio dio un salto que lo elevó lentamente como si estuviera flotando. Cuando se dio cuenta, estaba cerca de la lámpara pero no se sorprendió. Con naturalidad tomó una de las velas y la inclinó. Miraba con parsimonia toda la habitación y cómo muchos círculos blancos se esparcían tomando las vidas de los presentes: –Son como demonios, pensó–. Una lágrima tiritaba en su ojo derecho; temblorosa y tímida se fue despegando de la retina y cayó; Atanasio colocó la flama de la vela en el camino de la gota de tristeza; ésta, cruzó la llama soltando un halo de vapor, y mientras descendía se iluminó como una luciérnaga suicidándose.

Al estrellarse contra el suelo de madera, la lágrima de Atanasio expandió un aro de luz que limpió el lugar. No se sabe si hubo sobrevivientes, sólo se cuenta que todo acabó para siempre. Nadie volvió a saber nada del joven de Morelos, salvo que la cocinera le preparó su itacate antes de verlo partir.

El etnólogo Reyes Nava, al final de cada mito o leyenda, sugiere algunas explicaciones. Para ésta, empieza por cuestionar la explicación histórica que F. Katz hace respecto a este acontecimiento. El reconocido historiador, especialista en esta época, considera dos hipótesis: 1) que es la increíble explicación de una estrategia que pudieron haber tenido los indios para vengarse de de sus patrones y que de alguna manera se fusionó a su inconsciente y, 2) que en efecto llegaron a practicar esta estrategia en algunos lugares de lo que hoy es Tlalpan, ya que se trata de una leyenda local.

Para Reyes Nava, el hecho sugiere el abuso sexual generalizado que los curas cometían contra los indios, pero insistiendo en que culturalmente el pesó no recayó sobre el aspecto sexual, sino sobre la coerción, la subsumisión cultural de la cosmogonía de los indios.

Hoy por la mañana, desayuné con un viejo amigo economista que es Comandante judicial. Hace un par de semanas yo le regalé un ejemplar de este libro. Su versión de los hechos fue muy distinta. Para él, la cocinera envenenó al cura porque abusaba sexualmente de su hija, que era hija de los dos, porque hacía años igualmente había abusado de ella. pero igualmente quería deshacerse del militar al cual amaba, pero no le correspondía. Por su parte, Atanasio, quien también fue presa de los malos tratos del padre, estaba enamorado de la hija de esta mujer, pero sabía que la chica le correspondía a un importante jefe militar presente en la reunión.

Sin embargo, Atanasio no supo sobrellevar su Pasión, dio Muerte a la chica y creyó que al dejarle la puerta abierta a sus compinches zapatistas, la Resurrección revolucionaria y verdadera se reivindicaría.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Cuentos Chinos

1. Este año fue muy fructífero para mí; conocí a la mujer que me gustaría de compañera para mi vida, aunque ella no lo entienda. Conocí a un hombre y a una mujer, S. Justo es decir, cuyo pasatiempo es pescar, y me enseñaron cómo cruzar ciertas fronteras que yo intuía, que en efecto existían, pero para sortearlas, no sólo para mirarlas.

Advertí la sabiduría de un hombre que trabaja con el hierro todos los días, y aunque yo soy de acero, lo entendí, y me puso en el camino correcto, a pesar de que tarde lo aprehendí.

Confirmé, que el hombre de la Marquesa es mi Virgilio a pesar de él; incluso, a pesar de mí. Qué la mayoría de mis pocos amigos están cerca de mí. No voy a nombrar a ninguno porque prefiero que todos estén implícitos.

No diré más por hoy.

2. Carta Abierta, durante este año, se convirtió en un símbolo personal, no solamente en un espacio para mi vocación. A través de este Blog, empecé a comunicarme con mi primo Horacio al que no veo desde hace casi 20 años, con sus carnales Tania e Iván, que son las ovejas negras de la familia, jeje.

Este espacio, al que me incitó a formar Coltrane (Muñoz), se ha convertido en mi guarida, en mi trinchera donde defiendo mis posturas ante todos, y donde me han hecho reflexionar y replantear lo que vierto: Agustín Aguilar y Tlacuiloco, Sandra Becerril, Enredada, Carlos Du, Fermín, Pedro Miguel, Rodolfo Serrano, Lilith, Canta Sifuentes, Bohemia y los demás (que nunca están de más)… Y Tun tun.

No diré más por hoy.

3. Es importante decir que durante este año aprendí a dialogar. Yo era de los que si no les gustaba algo, lo mandaba a la chingada. Pero los treinta y tantos nos enseñan que muchas cosas, entre ellas la verdad, son unas pasajeras en espera de la siguiente estación, y que nosotros somos febriles labradores de estaciones.

Aún no estoy en donde quiero estar, es cierto, pero estoy en camino de… Para bien o para mal. Sé, mi madre desde las alturas ubicuas o desde los sótanos omniscientes, me dijo alguna vez: sigue escribiendo porque haciéndolo vas a encontrar lo que buscas.

No diré más por hoy.

4. Antes de que el azar me confunda con un cara de nadie, quiero dejar constancia (diría Alejandro del Prado): He tenido que bajarme dos o tres escalones para convivir con los demás en materia de intereses; me explico: Nada me sorprende en política, mis gurús me hablan de cosas que sé; el barrio me enseñó lo mejor y lo peor del poder, de su control y su gestión; vivir cerca de la mafia es bueno y malo, la academia me ayudó a estructurar todo ello, pero nada nuevo. Por el contrario, toda mi vida ha girado en torno a alejarme del poder, no me gusta, es desagradable para mi espíritu y no voy a dejar que me alcance ese lugar de poder que me correspondería. No soy un Michael Corleone porque me gusta la conciliación sin violencia; ahí está mi respuesta.

No diré más por hoy.

5. Ahora quiero hablar de la foto que vi en El Universal (en línea), al Presidente Felipe Calderón y a Cuauhtémoc Cárdenas, frente al ataúd de la madre de este último. Al margen de las condolencias, es un símbolo, no del Presidente rindiendo plastecía ante la esposa del más reciente símbolo del nacionalismo mexicano; no, la pintura va más allá. Se trata del Sistema resintiendo la pérdida, por extensión, de la posible respuesta.

Sé que en el fondo no son así las cosas, pero me gustaría creer que Calderón tuvo la astucia para saber lo que hizo. Esto lo digo porque el capitalismo en su más reciente modalidad es nada más y nada menos que Dorian Gray develando su retrato; pero a veces tengo la sensación que somos los veladores de esa persiana que procura la ignorancia del cuadro.

Por el ambiente en donde crecí, siempre estoy dispuesto a pensar en lo mejor, es casi un vicio, y eso me invita a actuar con cautela; casi todas las veces la ingenuidad es mi mejor amiga, porque de otro modo sólo quedaría ser un hijo de la chingada, y como dice José Cruz: la ciudad no necesita un odio más.

No diré más por hoy.

6. No se preocupen, no voy a enlistar 12 puntos.

7. Quiero hablar de tres personas: a) Ulises. Una vez me dijo que la vida no es un experimento, sino una experiencia; cómo me enriqueció esa frase; b) Armando. La honestidad si no se ama se vuelve contra ti; cómo me derruyó esa frase; c) Coltrane. Si no te adhieres a tus sentimientos no vas a llegar a donde quieres; supe que no era lo que dicen de él.

Me siento afortunado por tener a las personas que me rodean, que han coadyuvado a renacer a un inválido al que se le dificulta creer en sí mismo. La vida es difícil, casi una mierda… pero en el fondo sigue valiendo la pena porque sigues leyendo esto, y si eres capaz de esto, entonces hay algo por descubrir en tu vida.

No diré más por hoy.

8. Me despido de ustedes por hoy; no aludiré a la literatura más, ni a la estadística, ni a la razón; hoy apelo al cosmos: ¿quién quiere ir más allá? Es fácil atreverse porque el atrevimiento es la metáfora del azar adivinado; yo no puedo, si tú puedes, hazlo.

Carta Abierta se despide por este año. Por hoy no hay cuentos ni relatos, los reservo para lo mejor que está por venir, pero hasta dentro de 21 meses.

Así que, amigos, procuremos que Jekyll y Hyde hagan circo porque acá las metáforas y las alegorías esperan sus contenidos.

martes, 25 de noviembre de 2008

Haciendo las Maletas

Sembrando estrellas polares en la mar de Hemingway, coleccionando Rubicones sin Legiones, intercambiando impresiones con los oráculos y los cartománticos, tomando café y fumando con los escribanos de mi pasado,... Haciendo las maletas, pues.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Ensayo del Escritor y sus Fronteras

Por antonomasia, el que escribe lo hace para saltar, derribar o aprender que las fronteras son una de las formas preferidas de los espejismos. Al escritor no le gustan todas las cosas que ve, pero no por un solo afán de cambiarlas, sino porque hay todo un andamiaje de valores y principios intelectuales y emocionales que considera correctos y, por lo menos, no ha encontrado un razonamiento coherente que los refute.

El escritor no puede pararse en un espacio y en un tiempo determinados para esa elaboración abstracta, previa a su juicio, tiene la responsabilidad de sentir al mundo como si se tratara del de las épocas glaciares, el actual o el que existió para darle forma al caldo primigenio de Oparin. Sólo así podrá hacer uso de ese invaluable instrumento: La Razón. Creo que ésta es el engarce intelectual entre las matemáticas y la filosofía, sistemas intelectuales de los que se nutre la cultura Occidental.

También tiene la responsabilidad de sentir a los seres humanos no únicamente desde su condición socioeconómica, sociocultural ni la individual; por el contrario, el que escribe tiene que sobreponerse a esas calidades y categorías, y acercarse lo más posible a la naturaleza orgánica del ser (antes del humano o de las características que dotan al Ser de su calidad humana), pero también fuera de la línea silogística que se puede desprender, por ejemplo, del “genoma humano” o de los “derechos humanos”; éstas, son categorías dadas por procesos de conocimiento a posteriori. A lo que me refiero es a que el escritor debe tratar de aprehender la esencia orgánica de los instintos y reacciones de ese Ser con la capacidad de conocer y razonar, y observar ese coctel de instintos y reacciones bajo diferentes esquemas de socialización o individualización.

Hasta acá, pareciera que la experiencia del escritor es un proceso de auto-deificación, pero nada más lejos, porque también el escritor debe tener el talante y el talento para generar, paralelamente, la autocrítica sobre los mismos elementos descritos.

Después, vienen todas las técnicas literarias, los recursos lingüísticos y la habilidad para recrear escenarios de manera escrita. El que escribe debe saber todas las reglas, las propias y las ajenas, para poder moverse con facilidad entre la descripción de un personaje y la descripción de su psicología, entre la sensación de soledad causada por el desamor y la que se deriva del asilamiento voluntario, por citar un par de ejemplos extremos.

Luego, viene el género literario al que pertenece lo escrito. Hay escritos en donde abundan (o son los ejes de la trama) las palabras inasibles: aquellas cuyas acepciones se refieren a sujetos y objetos increíbles, inexistentes, es decir, que pertenecen al imaginario colectivo de una o varias épocas. Son escritos fantásticos. Cerca de estos están los de ficción científica. La diferencia estriba en que a comparación de aquéllos, estos son una extensión de la ciencia y la tecnología “actuales”, o de sus perspectivas.

Hay otros escritos en donde predominan las figuras de correspondencia significante-significado, es decir, de los sujetos y objetos demostrables. Acá entran los sentimientos y emociones, aunque muchos de estos son inverificables. Es como preguntar: – ¿Amas a tu mujer?, – Claro. Pero, y… ¿cómo lo sabes? –Porque lo siento, diría uno.

Y luego viene la pregunta: –¿Ella te ama?... y ¿cómo lo sabes?

En este “mundo”, los actos a partir de los cuales uno puede describir que hay amor, pueden tener su origen, incluso, en sentimientos totalmente contrarios, como la venganza. Lo que los distingue es el instrumento de la percepción que se basa en los sentimientos, que no son más que la Fe en el sentido menos teológico de la palabra.

Pero también hay otro tipo de escritos que se mueven entre todos los demás géneros y que crean el suyo propio: La Poesía. Acá, estamos ante el imperio de los símbolos donde una “eterna primavera” puede significar el deseo de que se perpetúen los movimientos estudiantiles, o que el amor y la vida permanezcan en constante ebullición. Es justamente este género literario el que crea otro engarce, pero ahora entre la literatura y la filosofía-ciencia, porque el poeta ante la vida expresa: ¿¡Ah!?; el filósofo-científico: ¿Por qué? El asombro y la duda ante una semilla que se abre o ante el último resplandor de la estrella que una noche brilló y a la siguiente, ya no estaba ahí.

El escritor es un amante de las fronteras, de cualquier tipo, las procura, las corteja, las cachondea y luego se sumerge en ellas. Pero estas aguas suelen ser muy densas, gelatinosas, una vez adentro no hay manera de salir ilesos, ni esperanzas de que el tiempo evapore la ensopada. Nos convertimos para siempre en seres humebranosos y ya no hay columnas ni paredes conceptuales a las cuales aferrarse, se nos resbalan por todo el cuerpo.

Escribir, por supuesto, es más sencillo que todo lo descrito, porque lo anterior es un largo proceso inconsciente que permite estabilidad para poder ejercer el privilegio de escribir y justificarlo por medio de la comunicación. Como dijo Ulises Castillo: el que escribe, pinta o actúa, entre otras actividades, es porque tiene algo qué decir o quiere decir lo que otros, pero de otra forma.

Puede ocurrir lo que alguna vez le dije a Javier Urrea: – Es que el lenguaje no da para aproximarnos más a la realidad; a lo que me respondió tajante: – ¿Conoce usted a cabalidad su lengua para atreverse a sostener esa afirmación?

El que escribe no es escritor por lo que ha escrito, sino por lo que está por escribir, en ese quehacer pendiente cristaliza su esencia y la justifica.

martes, 28 de octubre de 2008

PRIMERA DAMA DE CARTA ABIERTA:

He nombrado a mis portavoces, para que te comuniquen mis entrañas; he abrazado la Quinta Enmienda sin ser estadunidense, para usarla como salvoconducto para cuando cruce la frontera del reino de tu distancia y no repetir la historia de Belerofonte.

Dejaré que Demian Rice te presente mis cartas: I can’t take my eyes of you, I can’t take my mind of you; que él mismo te describa como es tu lejanía: Cold water surrounds me now.

Permitiré que Ismael Serrano te indique: si se callase el ruido oirías la lluvia caer limpiando la ciudad de espectros, te oiría hablar en sueños y abriría las ventanas; que te insista: el amor es eterno mientras dura.

No claudicaré hasta que The Elbow te convenza: We have the driver and time on our hands. One little room and the biggest of plans; y que te aclare: The days were shaping up, frosty and bright. Perfect weather to fly.

Abogaré por que Andrés Calamaro te susurre: el desamor es el único crimen perfecto; que te declare, siguiendo a Chico Novaro: Estoy tratando de decirte que me muero por tener algo contigo, ¿es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo?

La última vez que conversé con el viejo Alexander Botafogo, me enseñó que para conjurar al amor hay que pronunciarlo, pero que se corre el riesgo de invocar al alma de la locura: la terquedad; o al corazón del deseo: la pasión.


Dos húmedas lunas de octubre: tus ojos
Un quinqué en mi luna nueva: tu mirada.

Esa noche de julio fue consumida paulatinamente
por tu mirada que tiene más edad que tú, y sin embargo
no ha visto más de lo que tus ojos le han permitido.

Tus ojos son los orfebres de un talismán que atrae
más ilusiones que planes; me condenan al exilio de tu mundo,
sin saber qué identidad debo portar.

Una extensión de la rosa y sus espinas: tu cuerpo.
La confabulación de todas las bondades: tus labios.

He de confesar que tus brazos y tus manos
desdoblaron mi voluntad, y soberbios exhibieron
que mi amor tiene por patria todo tu cuerpo.

viernes, 17 de octubre de 2008

Caminando por el Parque Pilares: ¿Crisis Económica o Social?

Voy al cajero automático, saco lo que más se puede. Son las diez de la noche. Camino sobre Heriberto Frías y llego al Parque Pilares. Empiezo a cursar la vereda sur del parque, veo a algunas personas que están corriendo; otros, jugando fútbol. Observo la larga y delgada senda y sonrío; siempre me han fascinado los caminos porque significan y presuponen un avance. Después de detenerme por unos segundos, inicio la caminata mientras en mis audífonos empieza a escucharse Dream job de The Dears.

La noticia de la crisis retumba en mi mente y pienso: ¿Qué es la economía, al margen de sus definiciones académicas?, ¿acaso el terreno natural para definir, describir o interpretar la Justicia? Se me ocurre esta asociación de preguntas porque veo que el PIB per cápita mundial estimado en 2008, es de 9 mil 184 dólares.

Una versión de lo justo sería decir que todas las personas en el mundo deberían vivir con esa cantidad al año; sin embargo, no todas las personas han aportado lo mismo a la producción del mundo. Otra versión establecería que no, que cada quién debería tener lo que se merece con base en su trabajo, pero esto trasladaría el problema de la justicia a la diferencia de oportunidades en la vida.

De pronto, pareciera que la abundancia de versiones sobre la justicia no es más que un intento deliberado por no cambiar las cosas, es decir, buscar y lograr justicia en cualquier terreno sería trascendental porque dotaría a las sociedades de una sensación distinta no experimentada aún.

Voy a mitad de la vereda del parque. Observo a lo lejos a dos tipos y sé que me van a asaltar. Con mi padre aprendí a transitar por la Morelos, la Guerrero, la Merced; aprendí a oler a distancia a “los conejos”, a intuir cómo actúan previo a su cometido. Sé que se están preparando para abordarme. Yo sigo caminando lentamente mientras pienso en algunas alternativas: detenerme, desviar mi camino, tomar un atajo.

Con más negligencia que audacia, prosigo mi camino.

Pienso ahora en la distribución del ingreso familiar, el aspecto estadístico-económico que retrata y evidencia la falacia del PIB per cápita mencionado arriba. Para el año 2000, la distribución del ingreso en el mundo era algo así como la crónica de la iniquidad: el 1% de las personas adultas acaparaba el 40% de la riqueza; el 5%, el 70% de la misma; y el 10% de los adultos detentaba el 85% del total de los activos globales. Visto desde la otra perspectiva, el 50% de los adultos más pobres del mundo sólo poseía el 1.1% de la riqueza o activos totales.

Después de saber que el mundo genera riqueza y la cantidad “teórica” con lo que cada habitante del mundo podría vivir al año (PIB per cápita), y de comprobar que en la realidad dicha riqueza tiende a concentrarse en todos y cada uno de los países, ¿cómo puede sorprendernos que haya crisis? Todo esto no es más que resultado de la negligencia, jamás de la audacia. ¿De qué le sirvió a Occidente darle el Nobel a John Nash o a Amartya Sen?

¿Vienen a mí o voy hacia ellos? Es un juego en el que cualquier explicación está justificada por el síntoma de de la Justicia a nivel inconsciente; ensayaré la respuesta. La acción de retirar unos miles de pesos de un cajero automático cuando, quizás, más de mil veces les negué la limosna a los indigentes, debía desembocar en una devolución forzada y fraguada por el azar.

Pienso en la necesidad de asaltarme de ese par de infelices que están a 20 metros de distancia; y pienso en el deseo de los gobiernos por rescatar a un grupo de bancos y aseguradoras de la quiebra. La diferencia fundamental estriba en que los primeros necesitan quitarme mis posesiones pecuniarias porque desean mantener su estilo de vida a este costo; los segundos, en cambio, desean rescatar a unos cuantos porque necesitan que el sistema los siga proveyendo de privilegios.

Si invertimos, en cualquiera de los dos casos las variables necesidad/deseo, el resultado práctico sería el mismo, pero estaríamos justificando o definiendo la Justicia como fin, cuando en realidad es un medio de realización para todo quehacer humano.

La propensión marginal de mis pasos ha descendido casi a cero; mis futuros verdugos están descaradamente frente a mí, pues se han dado cuenta que los advertí a tiempo.

La audacia y la negligencia abandonaron el escenario; permanecen tres personas. Curiosamente las tres portan chamarras de la misma marca. Los nervios y el miedo, inminentes actores, hacen acto de presencia. Pero son los nervios por no ser llevados al reclusorio y el miedo por no quedarse sin dinero para el resto de la quincena.

¿Dónde está el miedo a perder la vida?; ¿los nervios por no equivocarse y dañar la integridad física o quitar la vida sin que esa sea su intención?

Pareciera que los valores humanos más elementales: la vida y la seguridad, los hemos referido exclusivamente a esferas posteriores, accesorias, secundarias. ¿Acaso ya no tenemos miedo a morir o matar?

Lo mismo pasa con la Justicia, su definición o su sentido lo hemos trasladado a la esfera de lo económico y eso nos está creando problemas (síndrome) socio-ontológicos y quizás socio-gnoseológicos. Lo mejor sería, que la Justicia se quedara en el terreno de lo social, arraigarla ahí para que en la esfera económica se aborde su solución.

Un par de jóvenes deportistas me levantan del suelo. Hurgo mis bolsillos y el dinero no está.

viernes, 3 de octubre de 2008

La Cultura de la Postergación

Algo pasa, hay tantos asuntos pendientes, tantos arrepentimientos, planes. La mente se nos inunda de cosas inconclusas, algunas de ellas quedarán así para siempre. Algo pasa, porque parece que la memoria le está arrancando pedazos de terreno a la imaginación, en nuestras cabezas, y esto no es más que el síntoma de que no se están haciendo bien las cosas.

Podemos pensar en una persona o en la sociedad contemporánea en su conjunto, y el planteamiento sigue siendo válido, creo yo, desde mi humilde trinchera virtual.

Pongamos por caso el 2 de octubre. Es increíble que sigamos entrampados en el recuento de los daños, cuando lo que debería estar ocurriendo es una experiencia social distinta: la Justicia. Pero para lograr justicia en algún grado, se requiere de personas en el Poder con la voluntad y la imaginación para romper inercias políticas, para quebrar la inercia del Poder que es la que impide que la imaginación se desarrolle y se confunda con la cotidianidad.

No estoy diciendo que la memoria o la historia sean infructuosas, al contrario, es de esas norias de donde se extrajeron los elementos para conocer a los culpables, pero en algún momento se distorsionó una de sus funciones (en este caso en concreto) porque no está desembocando en el ejercicio de la Justicia; las personas en el Poder han y están desdeñando la historia del país y, por lo tanto, la memoria colectiva de la sociedad.

A eso me refiero cuando digo que la memoria le va restando terreno a la imaginación.

Desde otra perspectiva: Algo pasa, estamos viviendo muy de prisa, sentimos que el tiempo no nos alcanza, pero éste es el mismo desde siempre; no hay evidencia de que las 24 horas del día se hayan hecho 23. Entonces debe ser que nos estamos recargando de responsabilidades en aras de la ¿productividad?; no lo sé.

Lo que sí está claro es que hemos hecho de la postergación una cultura que es lo mismo que fomentar la preocupación, palabra que ha cobrado un significado sumamente alejado de su significante.

La preocupación es ya más sinónimo de ansiedad que de la antesala de una actividad cualquiera. ¿Qué hacer cuando la ansiedad es el tamiz de las decisiones?

¿Cuánto tiempo empleamos para la reflexión? Es verdad, no hay tiempo. ¿Cuántas cosas no hacemos por inercia? Es verdad, casi ninguna.

Veo los cuadros de escritores consagrados, en todos veo paciencia al revisar un libro en un anaquel, al fumar un cigarro, al contemplar el horizonte. Veo un supermercado a la media noche y nos observo como fantasmas buscando sus cuerpos para por fin espantar esa soledad que deja tras de sí la desertificación de la imaginación y que no logra sosegar esa memoria harta de postergación.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Del Sentido Común

Primera Parte

La intención de esta primera entrega es reivindicar la importancia que tiene el Sentido común en nuestras vidas; no sólo en las interacciones familiares, fraternales y/o profesionales, sino también en el terreno del conocimiento y su constante expansión. En la Segunda Parte (28 de septiembre), se pondrá énfasis en las áreas de las Ciencias factuales y el Derecho. Particularmente porque en estas dos ramas del conocimiento humano, a diferencia de otras como la Política, la Sociología o la Economía, la trascendencia del Sentido común no es tan nítida o es común no darle la jerarquía que merece.

Antes de entrar en materia, es conveniente exponer una definición general del Sentido común:

“…un saber muy elaborado, que inconscientemente utiliza representaciones complejas, de origen histórico y social y expresadas por el lenguaje; la experiencia empírica, el sentido común del hombre de la calle persuadido de no tener ninguna idea preconcebida, arrastra de hecho, inconscientemente un bagaje conceptual que tiene una larga historia detrás de él, producto de la educación, del ambiente social, etc. La psicología moderna ha demostrado claramente la inanidad mítica del hecho puro; el hombre más primitivo juzga cualquier acontecimiento, cualquier ser, en función de un mundo de representaciones, sin hablar de los arquetipos inconscientes que de vez en cuando pueden aflorar a la conciencia.” (Wikipedia)

Empezaremos por decir que el Sentido común nos facilita la vida porque muchas veces sin agotar un tema, una discusión o un debate, y por medio de su posposición o reubicación en un terreno “neutro”, respecto a lo que se trate, suele aparentar que lo resuelve en tanto se dan las condiciones necesarias para una real solución, si es que existe tal cosa. Esta es una virtud inigualable del Sentido común y, sin embargo, tan poco percibida.

Tendríamos que insistir en que el Sentido común, al igual que todas las representaciones intelectuales que elaboran las personas, no es una entelequia estática, sino que al depender de la experiencia de uno y/o varios individuos, el acervo de configuraciones del mundo que los rodea va cambiando y se va enriqueciendo al ritmo de cada persona o grupo. El elemento dinámico de este Sentido le es imprescindible.

También es menester advertir que el Sentido común al estar, en parte, nutrido por el cúmulo de experiencias individuales y sociales, diferirá no sólo en tiempo y espacio, sino también entre individuos (subgrupos sociales) de una misma sociedad. Esto no es un dique insalvable dado que no es exactamente una comparación entre cúmulos de conocimiento o de experiencias, sino una comparación entre la representación de elementos comunes en el individuo o entre individuos.

Ejemplo 1

Cuando Celedonio Martínez, campesino del Municipio de Cuahuistla, Cuautla, Morelos, en compañía de su bisnieto, meteorólogo egresado de la universidad, observaron el cielo y distinguieron con calma que se nublaba rápidamente, ambos concluyeron que pronto podría empezar a llover y decidieron retirarse a la casa del primero para seguir la plática y tal vez ver caer la lluvia.

El señor Martínez sin conocimientos científicos o académicos, sabe por experiencia que después de que se nubla el cielo, por lo general empieza a llover; su bisnieto, está perfectamente enterado de que el choque entre nubes con diferente carga de energía provoca una serie de reacciones físico-químicas que originan la lluvia. Probablemente cuando lleguen a casa, el bisnieto esté ansioso por explicarle al señor Martínez la naturaleza y complejidad de circunstancias que están alrededor del fenómeno de la lluvia; pero puede ocurrir que a su bisabuelo sólo le interese no mojarse.

Pero alejándonos de los motivos de cada uno, apreciemos que la conclusión de ambos fue la misma: prevenir una ensopada, es decir, al margen de la profundidad de conocimientos acumulados sobre el mismo fenómeno, ambos coincidieron.

Ahora bien, pongamos por caso que fue el bisabuelo el que propuso que se marcharan y que, por la mente de su bisnieto pasara la idea de haber apreciado a dos nubes que por su apariencia no provocarían lluvia por tener cargas de energía iguales, pero que por su extensión y densidad aparentaron lo contrario. Pudo haber ocurrido que decidiera no explicarle a su bisabuelo las probabilidades que en su mente se barajaron, y decidiera respaldar la propuesta del viejo Celedonio.

En ambos casos, el Sentido común apareció; en primer lugar, el del bisabuelo por su experiencia al observar el cielo; en segundo, el del bisnieto al saber por conocimiento del clima, que era una posibilidad real que lloviera; en tercer lugar, porque no había necesidad, por parte del bisnieto, de forzar una explicación científica en ese lugar, ya que podría hacerlo en la casa, al amparo de la tranquilidad de su bisabuelo.

Este breve episodio sirvió para exponer que el Sentido común no depende, por completo, del conocimiento compartido entre dos personas, y sin embargo nos revela un factor no contemplado hasta ahora, Serendipia: que este Sentido está estrechamente relacionado con el sentimiento de seguridad de las personas.

El Sentido común se manifiesta deforma distinta cuando un cúmulo de experiencias está enriquecido por conocimientos homogéneos entre dos individuos.

Ejemplo 2

Hace algunos años, en el restaurante Madero, en el Kilómetro 0 de la Ciudad de México, llegaron a comer dos economistas, amiguísimos de toda la vida, pero con una distinta formación académico-ideológica.

Después de comer, uno de ellos comentó que era correcta la decisión del Gobierno de buscar el crecimiento a partir de la inversión privada y todas las desregulaciones que ello implicaba; el otro, argumentó que lo sano para la economía sería que aquél asumiera las inversiones para que el Estado mantuviera la rectoría económica del país. El uno aseveró que tarde o temprano dicha rectoría se vería debilitada por el déficit fiscal que ello acarrearía, ya que la recaudación fiscal es precaria. El otro arguyó que una reforma fiscal sería procedente para reducir la elusión y la evasión fiscales...

Total, que después de tomar la copa, seguían con la discusión. Ninguno había logrado convencer a su interlocutor, si es que abrigaban esa convicción, aunque lo dudo porque como les comentaba, tenían años de conocerse.

Se retiraron a sus casas, con la intención de volver a reunirse. Estos economistas seguirán discutiendo durante toda su vida.

Es curiosa la manera en que el Sentido común se manifestó en este caso. Después de la argumentación del uno, el otro respondía concediéndole a su interlocutor una porción de razón, y la utilizaba para retroalimentar su refutación.

Hay aspectos finos de la economía que les son propios a las diversas corrientes, es decir, que existen al margen de cualquier interpretación tales como la inversión, la inflación, el crecimiento económico, etcétera, son fenómenos que suceden y punto; ya depende del tipo de enfoque, desarrollar la causalidad de cada uno de los sucesos mencionados.

Ambos economistas pisan el mismo piso conceptual (que no el mismo piso causal), pero tenían que permitir que su escucha diera un paso argumentativo para evidenciar que pudo haber dado otro con mejores resultados. Aquí el Sentido común sirvió como catalizador de la charla, y en última instancia como el engarce que aseguraría un próximo encuentro. Este tipo de discrepancias llevadas al extremo son capaces de distanciar a cualquier tipo de personas.

La convivencia humana ya sea fraternal, familiar o amorosa, es un sistema intelectual, pero no otro más, creo que es, por excelencia, el sistema propio del Sentido común.

Ya había mencionado que este Sentido está estrechamente relacionado con el sentimiento de seguridad, y qué mayor instancia que la familia, los amigos o nuestra pareja para sentirnos así.

En el primer ejemplo, fue la procuración de la seguridad del bisabuelo para que no se mojaran; la del bisnieto, la de evitar, no obstante la explicación de sus razones al bisabuelo, el sentimiento de inseguridad de éste.

El segundo caso versó sobre la seguridad, no la de tener la razón, sino de no llegar a la crispación con un amigo del alma.

Aunque sólo se trata de dos ejemplos arbitrarios elegidos por este redactor, que a lo mejor al elegirlos no tuvo el Sentido común para asegurarle al lector una buena ejemplificación.

Antes de concluir esta primera entrega, el redactor se atreve, de manera temeraria, a establecer una primera delimitación de Sentido común: es un sistema de seguridad. Fuera de esa definición, me atrevo a sugerir que dicho Sentido guarda una estrecha relación con el instinto animal, acaso su forma más elaborada.

Este Sentido está inmerso en todas las áreas del aprendizaje y conocimiento humanos, y es corresponsable directo de la trascendencia armoniosa de cualquier sistema intelectual. Por este último entiendo un conjunto de pasos ordenados y consecutivos que tienen como finalidad delimitar una faceta individual o social en un momento y lugar determinados.

Hasta acá, hemos observado con diferente detalle dos grados de intensidad de este Sentido; ahora es momento de verificar su validez y alcance en otros sistemas intelectuales: las Ciencias factuales y el Derecho.

martes, 9 de septiembre de 2008

Bitácora de un Asesino Serial

I
.
–… Che, andate a vivir a otro lado, mientras se enfría el asunto. Te enciendo el cigarro, dale.

–¿Por qué no me arrestas, Walace?

–Pará, la amistad es la sangre… no sos peor que los demás; solamente que no tenés guita. Vete a vivir a otro lado, al sur de la ciudad, lejos.

–Sabes que lo voy a seguir haciendo.


II

La mañana del 23 de abril, me habló por teléfono un amigo de la Prepa al que no veía desde hacía años. Me citó en el VIPS de Vallejo y Cuitláhuac. Lo noté algo nervioso. Cuando alguien es tu mejor amigo, a pesar de tantos años sin verlo, logras discernir su estado de ánimo aunque su voz te llegue por teléfono.

Llegué, él ya estaba ahí, sentado sorbiendo una cerveza.

–¿Qué onda Walace, qué milagro?, tantos años sin verte. –No pude evitar que mi alegría encallará en una sonrisa–. Fiel a las costumbres de su lejana Argentina, me besó la mejilla.

–Mesera, tráigame un tequila, por favor.

Pasamos unos minutos recordando nuestra juventud. Preguntamos y respondimos las cosas suficientes para saber que nada había cambiado, pero que todo era diferente; lo necesario para no saber más, acaso para no seguir siendo los mejores amigos.

Me extendió una libreta Escribe, tipo francés, vieja y casi desempastada. La hojee un poco.

–¿Qué es esto, Walace?

–Mirá la última página escrita–. Amagué con sacar un cigarrillo del saco, pero la mirada sigilosa de la mesera, me recordó que no se podía; desistí.

“Juan Manuel Castellanos, 30 años. Viudo. Gusta de buscar problemas en su entorno laboral. Alejado de su familia desde hace años, debido a un fraude cometido contra su abuelo. Hombre de rutinas fijas, incluso para sus antros preferidos: sitios de Jazz…”

Me quedé boquiabierto. Era una nítida descripción de mi vida. La gente puede desconocer todos los detalles nítidos que nos dotan de identidad, pero basta con que describan algunas líneas generales de nuestras costumbres, para sentir profanada nuestra intimidad.

Walace me miraba fijamente, como si supiera algo más. No me entretuve más en esa hoja que empecé a negar y, empecé a hojear la libreta desde el principio. Me di cuenta que era una especie de bitácora, un archivo de nombres de personas, hombres y mujeres; cada una ocupaba un espacio de tres hojas, todas escritas a doble renglón, lo que facilitaba su lectura.

–Castellanos, fijate, esa libreta es el único documento que dejó un asesino en serie en un casillero en la Central de Autobuses del Norte, no sabemos quién. Ahí vienen descritos todos los asesinatos que cometió. No hay rastros dactilares ni genómicos; ningún dato para deducir o inferir sospechosos; un boludo bastante inteligente.

–Sistemático –quise sugerir, pero lo dije con tono correctivo–.

–Hemos encontrado todos los cuerpos en los sitios indicados al final de cada expediente, si es que se lo puede llamar así a cada uno. Sólo faltó el tuyo. No sabemos dónde pueda estar, quizás es aquel tipo de barba que no deja de observarnos.

Debo confesar que al voltear a ver a esa persona, empecé a sentirme amenazado. Saber que alguien está en la penumbra registrando tus actos y reacciones, es una sensación horrorosa, intolerable. Recordé la diferencia entre terror y horror; el primero es causado siempre por algo antropomorfo, por lo menos que tenga alguna conexión con los entes conocidos; el segundo, es consecuencia de algo amorfo, inhumano, una mera abstracción como la oscuridad, la soledad, algún ruido, vaya, el miedo al miedo es un horror.

–Pará un poco, no te asustes, me gustaría que me dijeses,… que me describieras, si es que lo has notado, a personas que te hayan hecho sospechar algo o sentirte observado.

–No, para nada. –Entonces ya me sentía incómodo por la mirada de Walace. ¿Me estará interrogando o me estará avisando?, pensé–.

Tal vez él era el asesino y estaba ahí para matarme, para terminar de escribir los párrafos que le faltaban. Quizás esa era mi última noche. Qué diferencia podría haber en nuestras acciones si supiéramos que hoy es nuestro último día. Supongo que abundarían los arrepentimientos. Todos sabemos que nos vamos a morir, sólo que constantemente estamos posponiendo esa reflexión; sin embargo, no hay día que no sea susceptible de ser el último.

A lo mejor él pensaba que yo era el asesino, y sólo estaba tratando de que yo confesara. A lo mejor varios judiciales aguardaban afuera para arrestarme al salir.

Mientras fraguaba estas divagaciones, Walace se levantó y fue al baño.

–Che, pedime otra cervecita.

–Abrí la libreta, y fiel a mi costumbre, empecé a buscar los errores ortográficos y sintácticos. Me detuve al leer el nombre de Daniel Esteban Álvarez Trejo de Hernán. Qué apellido tan raro y largo –pensé–. Noté que al principio, sobre la primera letra, estaban dos rayitas, más bien como dos letras “L” recostadas. Recordé que algunos alquimistas solían resguardar sus investigaciones al escribir sus textos en clave, por ejemplo, si había tres puntos sobre la letra inicial de un párrafo, significaba que había que leer solamente cada tres líneas; dos rayas, que se debía leer un párrafo sí y otro no. Esta persona escribió sobre la primera letra del expediente de cada víctima, dos rayas.

–Walace, ¿ya te fijaste en este detalle? –Le explique como si se tratara de la prueba con la cual convencería a mi amigo que desistiera de creerme culpable o sospechoso.

–¿Pero que decís, che; ahora sos un Champollion?–

–No, mira cómo la lectura cobra otra dimensión cuando lees saltándote los pares–.

–Cierto, Castellanos, no lo habíamos notado; pero qué pelotudos que somos, nos hace falta un Grissom en el Departamento –soltó una carcajada–. Y mirá, –continuó– ahora la descripción de las rutinas de las víctimas es más sensata. Es que nos habíamos avocado exclusivamente a revisar los párrafos donde vienen los paraderos de los cuerpos que están escritos sin tanto alarde.

–Ya extrañaba ese acento sudamericano, le dije mientras pedíamos la tercera ronda. Fue entonces cuando caí en la cuenta que los breves párrafos de mi rutina, no habían sido escritos con el mismo método. Omití el comentario y sentí nauseas y me acordé de Antoine Roquentin.

Supe que el señalamiento que le hice a Walace, me ponía en una posición de: “¿y cómo es que este pibe sabe esto?


III

–Te acompaño a tu patrulla.

–Pero qué decís, si no soy un gris cualquiera, soy un agente judicial, dijo con la cabeza levemente inclinada, mientras miraba con orgullo hacia el cielo negro y claro de abril. –Yo traté de contener la risa ante tal pose–.

–¿Quieres un cigarro, Walace?

–Claro… siempre has tenido una caligrafía muy fea, Castellanos...

viernes, 29 de agosto de 2008

La Música, el Rock

Noción del asunto

En días recientes he conversado sobre la música con gente de distintas generaciones; el común denominador: Antes se hacían mejores canciones.

La música, como cualquiera de las otras seis artes, es un tópico tan amplio y complejo, que para no caer en divagaciones, es mejor circunscribir este texto a uno de sus géneros: el rock. Aun con esta delimitación, el tema luce complicado porque tiene diversas aristas. Así que de entrada, nos limitaremos a auscultar esa subjetiva oración: Antes se hacían mejores canciones de Rock.

El asunto

Quizás la más importante diferencia del Rock, respecto de otros géneros, es que se acompañó de una cultura propia, la “Cultura Rock”.

Su antecedente inmediato es el Rock and Roll, que desde la primera mitad de los años cincuenta, empezó a sonar y a tener éxito comercial en Estados Unidos y el resto del mundo; pocos años después, a principios de los sesentas, en Inglaterra se reconfigura el estilo musical y se redimensionan sus alcances. Digamos que se parte de Muddy Waters, pasando por Little Richards, Bill Halley y Elvis Presley, hasta llegar a los Beatles, principalmente.

Y me quedo en los Beatles porque creo que es con ellos que el rock (además de que históricamente ya se denominaba rock), este tipo de música adquirió magnitudes que trascendieron el plano meramente musical. Cabe insistir que no es objetivo de este texto elaborar una cronología, sino simplemente elaborar una serie de precisiones en torno al Rock.

Tampoco es la intención definir a las bandas más interesantes e importantes, para ello, nadie mejor que mis gurús: Ulises Castillo, Alberto Muñoz, Agustín Aguilar y Osvaldo Drodz.

Una vez establecido lo anterior, es momento de abordar esa afirmación de que antes se hacían mejores canciones de Rock.

Intentando discernir el asunto

Si partimos del hecho de que el Rock no sólo es un género musical sino una forma de ver la vida, dicha afirmación (mencionada arriba) se convierte de entrada en un diagnóstico que asevera que la perspectiva del mundo de los jóvenes se ha empobrecido, cosa que es tema de discusión. Pero ese supuesto empobrecimiento permea tanto a los hacedores de Rock como a los escuchas; una vez dijo Frank Zappa: Si existe un tipo música es porque alguien lo escucha.

A mi juicio, no creo que exista tal empobrecimiento, sino una difuminación de la identidad que generación tras generación se agudiza. Es increíble que ya casi nadie tenga un grupo preferido que le haga a uno perder la cabeza, sacrificar un Tequila o una chamarra, por la adquisición del nuevo disco de tal o cual banda o solista. Claro, ahora está el Internet para amainar esos actos, y esto también ha coadyuvado a desdibujar el sentimiento de tener favoritos.

Pero podemos extrapolar el ejemplo anterior al terreno de la literatura. Es tal la cantidad de libros que se venden, de autores que hay (aunque se consideren pocos por algunos), que se ha perdido “al autor dilecto”. En detrimento de lo anterior, podría argüirse la pluralidad, pero una cosa es la pluralidad y otra muy distinta la difuminación; la frontera es sutil, pero clara.

La pluralidad implica pleno conocimiento del abanico de posibilidades, en este caso de agrupaciones de Rock; la difuminación, por el contrario, es la falta de rigor para elegir un estilo preferido. Todos nosotros nos situamos entre alguno de estos extremos o en estos.

Para redondear la idea, falta explicar que es la identidad. Ésta, en el contexto que nos atañe, es la conciencia de lo que somos y la música con la que nos identificamos. Esto es algo tan subjetivo que incluso nuestras preferencias pueden estar alejadas del Rock. Pero ese es justo el problema que pongo de relieve, que estamos dejando de tener preferencias en aras de una pluralidad mal entendida, debido a que, como individuos, y paulatinamente, hemos ido perdiendo la capacidad de elegir lo que nos identifica (o nos hace sentir únicos), ya sea música, libros, películas, etcétera. Y ¿cómo poder elegir, si no tenemos los referentes para decidir?: -esto va conmigo y esto otro, no-. Una persona que no llega al razonamiento, es decir, al cotejo de lo que se trate, no puede llegar al estadio de la decisión y, por ende, queda expuesto a la intemperie de lo que le pongan en las orejas o en los ojos.

La única salida que observo al respecto es la búsqueda, aprender a buscar, dejarse enseñar por la curiosidad, que es de las pocas cosas que el Contrato Social no ha aniquilado del todo.

Ahora sí, el redactor puede responder, desde la perspectiva cultural, que no se hacía mejor Rock antes que ahora, lo que sucede es que los músicos que están haciendo propuestas nuevas están fuera del círculo comercial de la música: producción, distribución y difusión masivas.

A esos músicos hay que buscarlos en "toquines", bares, peñas o "teloneando" los conciertos de los consagrados. El mejor ejemplo de esto es Arturo Meza, mexicano que cuenta con una amplia producción discográfica, de la cual me siento culpable de no conocer a cabalidad, y de muchos libros.

Dejando inconcluso el asunto

Desde el punto de vista estrictamente musical, la respuesta varía porque hay excelentes músicos ejecutando para subgéneros de Rock que les quedan cortos, el ejemplo más nítido de esto es el baterista de Maná, Alex. Me parece un extraordinario "bataco", pero el Soft Rock, subgénero al que pertenece este grupo, no le da las posibilidades de explayar sus habilidades; salvo en algunos lapsos de los conciertos en donde suele aventarse unos solos.

También puede ser que los mejores ejecutantes hayan emigrado a géneros que les garanticen explotar su potencia: el Jazz o el Blues, por ejemplo.

Es obvio que ya nadie ocupa el lugar de King Crimson, de Frank Zappa, de Pappo’s o Nebbia. Quién va a venir a suplir a José Cruz o a Jaime López. Nadie, simplemente porque pertenecen a otro tiempo, porque son la simiente que no se repite.

Hay que festejar que no se repitan porque ello implica o por lo menos promete que habrá novedades.

Termino con más dudas que al empezar a escribir esto, pero es importante, siempre, asumir una postura, tener preferidos, porque este vicio o virtud nos vuelve vulnerables al aprendizaje, siempre y cuando no nos dejemos invadir por la terquedad.

sábado, 23 de agosto de 2008

Fotografías Polaroid

La nostalgia amarga de Medina Sidonia durante todo el verano de 1589; la repetición en su mente: “No soy un hombre de mar ni de guerra”.

Los ojos cerrados de una mujer enamorada mientras él le besa el cuello en las calles de Matías Romero.

La demolición de sus dientes mientras el éxito desgarra los hilos de su ideología juvenil.

La última declaración de Jacques Bernard de Molay, contada por un payaso en un supermercado.

El orgasmo interrumpido por la retransmisión de un noticiario de hace dos horas.

Tu abuelo relatándote su nostalgia como si te platicara el manifiesto del Partido Comunista.

La primera borrachera de Carlos Martel en el 733.

El sol que nos sorprendió con la luna en la cabeza.

La divulgación en la prensa del día y hora de tu muerte, mientras te citan como fuente.

El cansancio que no te deja dormir y el sueño que no te deja vivir.

La infancia que no quisiste vivir porque al contarla, su desarrollo devino en una persona que no eres.

El último beso que diste y que te hizo recordar que el primero ha sido el mejor.

La canción que hace que te olvides de todo.

María Magdalena en Francia, Sor Juana en el ensayo de Paz, Simone de Beauvoir en los labios de Bush, La Madre Teresa jugando a los dados y Evita en un cantabar.

La declaración de amor de un militar en el 45.

Platón contando las monedas que perdió.

Los pitagóricos alterando la raíz cuadrada de dos.

Agustín Aguilar cantándole a Tlacuiloco.

Victor Castillo con un libro sin números y una calculadora científica.

Alberto Muñoz y la disidencia de sus libros y sus discos.

Armando Domínguez y sus invenciones que lo inventan mejor.

Mi padre y sus explicaciones como ametralladoras.

Ulises Castillo y su desaparición que lo ampara.

Los tres hombres que ahora admiro y que jamás me imaginaron.

La mujer que estoy queriendo y que jamás pensé su nombre anglosajón.

Neruda en Zapotlán, Borges en el aeropuerto, Cortázar en el correo, José Emilio Pacheco escuchando y escribiendo, Televisa transmitiéndolo: Juan José Arreola.

Einstein olvidándose de cuánto es dos más dos, Newton a la deriva y sin saber calcular.

Zappa esforzándose por aprender el círculo de Do.

Lombardi ensayando la derrota en un tablero.

Sun Tzu y Maquiavelo llorando hoy en el cementerio.

Calamaro y Maradona hablando con esmero contra los excesos.

Tú sentada o parado leyendo esto.

Un Camello en las estepas, un Tigre en la selva, un Tucán en el Ártico, una Ballena en tu corazón.

Roswell en el Pentágono, Hemingway sin La Mar, Bagdad sin guerra, el 29 sin la crisis, el diablo sin el Papa, el cuento sin la prosa, el eco sin el vacío, éste sin el espacio, éste sin la imaginación.

Cristóbal Colón sin América; América sin Cristóbal Colón.

La Argentina donde quiero vivir y que es mi símbolo geográfico y musical de la resurrección.

La borrachera que me cargo sin haber bebido alcohol.

Las ganas de dejar de escribir para que me sobre el tiempo para hacer.

viernes, 15 de agosto de 2008

Descripción de una Mujer

La recuerdo bien, desde la primera vez que la vi supe que era una mujer que lacraría algunas de mis noches. Cuando conversé con ella, creí que la soledad se amotinaba en su rostro; su mirada era una luciérnaga sin oscuridad y su voz el badajo roto de una vieja ilusión, o del recuerdo de una vida imaginada.

Utilicé todos mis verbos y adjetivos para describirla. Era todo lo que podía hacer en ese momento: describirla, inventarle detalles, alterar sus encantos, falsear su paradero. Entonces, me di cuenta que todas mis palabras eran una dilatada alegoría de ella. Decir su nombre no era pertinente; esa noche necesitaba agotar sus lunares y sus humedades; decir su nombre sería la imposición del aislamiento al no mediar entre los dos más que una cuantas letras.

Cierto, adiviné lo cortos de vista de algunos hombres sabios, me sorprendí escondiendo bajo la alfombra todas las inquietudes que me brindaste. Durante quince minutos me estuve lamentando por haberte conocido; dije: al cabo tendré el resto de la vida para amarla, hasta que la maldad quede desierta, hasta que la muerte quede preñada.

Insdistintamente niego la constancia de tus mejillas y mis labios, de éstos y los tuyos; niego la constancia de la niña que tamiza tu feminidad, ésta que te hace una mujer genuina porque cuando volteas a verme siento que inventas los movimientos: antes de vos era un mundo de maniquíes a los cuales animaste sembrando lámparas en el vacío de sus miradas, cosa que pasa cada vez que sonríes.

Ahora me voy; me llevo mis lápices y mis papeles; las palabras que adquirí en los bares y en las bibliotecas. Me llevo todo lo que no ves en ti, los besos que no quisiste darme y los que no te pedí; tu último jadeo y tu primera intención. Me voy, pero también es como si tú te fueras. Sería triste descubrir que uno se convierte poco a poco en un globo en el mar. Sin referencias y alejándonos cada vez que alguien se acerca. Irse o quedarse, ¿qué darse?

sábado, 2 de agosto de 2008

Teoría Mínima del Secreto

El Secreto es un adjetivo dicen los diccionarios, necesario dicen los “interesados”. Es el sobrenombre del poder, el amigo del misterio, el amante de la seducción.

La palabra Secreto viene del latín secretus, y ésta del verbo secernere que a su vez significa poner a parte. El prefijo se viene del indoeuropeo que denota separación y es visible en palabras como se-leccionar o se-gregar. Ello en combinación con el verbo latino cernere, que significa analizar o distinguir, nos da como resultado: separar algo para poderlo analizar a parte. Uno se asusta al averiguar que palabras como crimen o crisis, comparten la misma raíz etimológica con la que nos atañe: Secreto.

El Secreto como adjetivo es interesante porque nos habla de las prácticas, vicios y virtudes, del ser humano en su quehacer cotidiano. Es ya una costumbre. ¿Quién de nosotros podría entender su comportamiento, acciones y reacciones, sin ese elemento?

Es otra de las muchas cosas que compartimos con los animales. Sí, es, por sus características, un factor de sorpresa. Los mejores generales fundamentaron su éxito por llevar al extremo de lo sublime sus acciones secretas. En el otro extremo, el del amor, el Secreto fundamenta el grado de eficacia en la seducción de la pretendida o pretendido.

Como muchos conceptos, el secreto está determinado por su objetivo o función, y son estos últimos los que matizan al Secreto y lo llevan a ser sinónimo del engaño, pero jamás una mentira. Ésta es una invención sin más intención que lo lúdico, y para ello nadie como los niños. El engaño, en cambio, es una invención con una carga de intencionalidad que trasciende el placer del sujeto.

La omisión podría ser un eficaz sinónimo del secreto ya que ambos significados comportan responsabilidad; sin embargo, es el contexto (y la función) el que determina el apelativo correcto. Por ejemplo, se trata de una omisión en un interrogatorio en donde no se dice algo que es importante para el censor; se trata de de un secreto cuando no hay motivos para exponer una estrategia.

Pero aún no hemos abordado las causas de este fenómeno, que deben ser bastantes y variadas. Propongo el éxito y el miedo; entonces, si nos ponemos maniqueos, el Secreto puede tener un origen positivo y otro negativo. Es positivo cuando el poseedor del Secreto persigue un objetivo, y es negativo cuando el que lo detenta huye de algún peligro. Es así como el Secreto se nos devela por completo como un movimiento dialéctico e inasible; ya no más un simple adjetivo que califica los actos o un sustantivo que caracteriza una entelequia inmanente.

El Secreto como sustantivo no existe, pero como buenos mentirosos, podemos intentarlo. El Secreto es el talismán o conjuro que permite o prohíbe el acceso. Me temo que tal vez este intento por definir o darle sustancia a la idea del Secreto, ha fracasado.

¿Cuál es el Secreto de este texto; lo tiene?:

Si entendemos la palabra vida como la generación y regeneración desde células hasta ideas, entonces el Secreto de la vida es “la atracción y la separación”.

Si lo que llamamos amor es extender nuestras aspiraciones a esa persona, entonces el amor es el Secreto universal que hemos venido a cultivar.

Epílogo: Como todo cultivo, el Secreto está expuesto al clima, a las plagas y al equilibrio de su consumo.

viernes, 25 de julio de 2008

El Mito del Cromáxterum

En las olvidadas tierras del Kurdistán, allende donde escasos místicos y magos aprehendieron lo vivido, donde sostuvieron su mítica batalla el Demiurgo y el Heresiarca, cuentan que vivió el Cromáxterum. Era un ave especial a la que sólo tuvieron acceso visual los iniciados en las liturgias órficas.

Se dice que Onomácrito fue el que lo bautizó así, debido a lo esplendoroso de su plumaje al levantar el vuelo. Otros, como Alexander Botafogo y Antonio de Ventura, sostienen que dicha ave jamás existió, que no fue más que una alegoría de ese compilador mistérico para poder resumir la conclusión de la batalla entre todas las diadas.

Según textos del siglo XIII, celosamente guardados por el Conservador del Zeughaus, Museo Histórico Alemán, el Cromáxterum (del griego Χρŵμα = color y Αἰθήρ = éter o sustancia del universo; el sufijo “um” debió ser una extravagancia de Onomácrito) es un ave que forjaba su nido con ramas de olivo. Nunca se le vio consumir alimento alguno y solía sembrar sus excrementos cerca de los ríos aledaños.

Su plumaje era blanco, su pico plateado, sus ojos grises y en la cabeza tenía una cresta de plumas transparentes. Su canto era bello y poderoso, pero solamente lo emitía durante los crepúsculos.
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Cuando emprendía el vuelo, las plumas de sus alas se transformaban en un par de arcoíris, no hubo espectáculo más hermoso y febril que ese acto. Un dato curioso es que esta ave no volaba de noche, aun se le llegó a ver arrastrándose como moribunda en las noches de luna nueva, lo que hizo pensar que se alimentaba del sol.

Se lo llegó a ver picotear, casi machacar, adormideras (planta del opio) justo antes de volar, y era cuando su cresta se tornaba azul como el cielo matinal.

Hasta ahí llega la descripción física del Cromáxterum. Párrafos abajo, se cuenta que una noche un infeliz atrapó a esta ave mientras reptaba. Para que no se escapara, le cortó las plumas de un ala y la amarró. Se comenta que el desdichado empezó a tener fortuna.

Otra noche, ese hombre cruel vio que las plumas le habían vuelto a crecer, y en plena oscuridad intentó repetir la operación, pero desafortunadamente esta vez la hirió y el ave sangró. El grito que soltó fue tan profundo y aterrador que se llegó a escuchar por todo Levante; ese desventurado lloró, no se sabe si su culpa o su desesperanza, y enloqueció; jamás se volvió a saber de él.

La sangre era negra y espesa, despidió un olor penetrante y empezó a teñir el impoluto plumaje del Cromáxterum; luego, empezó a tañer su piel, sus nervios, sus tendones y huesos.
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A la mañana siguiente, el Cromáxterum había dejado de existir tal y como se lo conocía; ahora era una repugnante criatura que no pudo haber sido concebida por la naturaleza; acaso un residuo de la furia de algún demonio todavía desconocido por los hombres.

Ahora, esa nauseabunda ave era visible para todos. Aldeanos atestiguaron que bajo su vuelo las plantas no volvieron a crecer, que las mujeres que la miraban quedaban estériles y que a los hombres que la señalaban, les daba lepra.

En el último párrafo, casi a punto de la ilegibilidad, se narra que en tiempos inmemoriales el Heresiarca después de haber vencido al Demiurgo, buscó un sitio en dónde esconder sus restos porque sabía que de no hacerlo, aquél regresaría más fuerte y tal vez no lo volvería a derrotar.

Primero los escondió bajo la mar; luego, bajo tierra; momentos después se le ocurrió encerrarlo en el corazón de los hombres, pero ¡no! En un instante de solipsismo los introdujo en los cánones de una religión que ya no se practica. Al final, decidió convertir esos restos informes en la sangre de un animal creado por la luz de Apolo; esperó siglos hasta que eclosionó el Cromáxterum.

Con su aliento insufló el líquido negro a ese animal indómito. Fue así que la maldad se convirtió en la sangre de esta prodigiosa ave.

Seguro de que ahí estaría encerrado para siempre, el Heresiarca se dejó envejecer, cosa que nunca había experimentado. Murió a la edad de 720 años.

Del infame pajarraco en que se transformó el Cromáxterum, se dice que creció tanto que abandonó este planeta, y luego el sistema solar. Creció tanto que tuvo que abandonar, también, la Vía Láctea.

Hoy en día, únicamente se pueden mirar los hilos de alguna de sus plumas; sí, eso que llaman “el Universo”.

viernes, 18 de julio de 2008

Arteaguita, El Hombre Espacial

−¡Mamá, Mamá… allá viene Popito, allá viene Popito!

−Córrele, ve a abrazarlo, le dijo su madre.

Es el recuerdo más añejo de Arteaguita; bueno, Jesús Arteaga, pero para los que lo queríamos siempre fue Arteaguita. No le gustaba escuchar su apellido en diminutivo; sin embargo, él todo lo decía así: pásame el vasito, sírveme agüita, etcétera.

Jesús nunca quiso entender un par de cosas que a la postre determinaron su vida. La primera de ellas es que Popito, no era Popito, y es que su madre le decía Papito a su padre, es decir, al abuelo de Arteaguita. Claro, a los cuatro años, éste no podía imitar por completo la fonación de su madre. La segunda cosa que no quiso entender es que su abuelo le decía: −eres un niño especial−. Jesús siempre creyó que le decía que era “un niño espacial”.

A los nueve años, después de haber leído El Hacedor de estrellas de Stapledon, cayó en la cuenta, para siempre, de que era un niño venido del espacio. Probablemente de ahí vino su manía de jamás salir de su habitación y cuando se portaba mal, sus padres lo castigaban sacándolo a la calle a jugar con sus amigos. ¡Oh sorpresa! la que se llevaban aquéllos cuando un par de horas después, todos los amigos de Arteaguita y él, estaban jugando en su habitación. Eran juegos de grandes que ríanse de W. Golding y su Señor de las moscas, en donde cada uno de ellos cumplía una misión. Había un artista, un científico, un militar… ¿y Arteaguita?; él estaba leyendo la historia escrita en un cuaderno.

Un par de veces le quisimos hacer entender que era especial pero no del espacio. Al final de ese par de discusiones nos dio la razón, pero cuando volvimos a verlo fue como si tal charla jamás hubiese ocurrido.

Una ocasión, al estar más cerca de la juventud que de la adolescencia, durante una noche de invierno, me di cuenta que se había convertido en una persona que ya no admiraba a nadie. Aunque parezca un detalle sin importancia, en la juventud la carencia de ídolos o héroes es determinante en la actitud que los individuos cobran ante la vida. Así, es muy fácil confundir la audacia con la negligencia y, la lealtad con la complicidad. Las dos cosas le pasaron a Jesús, pero sólo al estar solo lo aceptaba y lo asimilaba, pero volvía a ser negligente y cómplice de y con sus equivocaciones.

Pero también sabía, desde esa edad, algo que a nosotros nos tomó aprehender más de tres décadas de vida consciente: que el error es un acierto según el lugar que ocupes en el contexto, y él siempre estuvo en otro plano.

Se enamoró y se casó. Yo lo vi enamorado, platiqué con Adriana, su esposa, y estaba inquieta pero feliz. Tuvieron hijos y nietos, a éstos solía decirles que eran mitad terrícolas y mitad extraterrestres. Ildefonso, el menor de ellos, se lo creyó tanto que se convirtió en una eminencia en química orgánica. Llegó a estar a cargo de las investigaciones sobre las primeras formas de vida unicelulares fosilizadas encontradas en Marte por la Mars Express III.

Todo ello puede ser casualidad, pues se ha demostrado científicamente que el acto de Fe, provoca que la hipófisis produzca una serie de químicos (como las endorfinas) que exacerban el funcionamiento neuronal de manera impredecible, aún.

En el fondo, tengo años intentando refutar las creencias de Arteaguita, pero no lo logro; es más, termino haciendo apología de ellas.

Morí hace un par de años y sigo aquí ¿pensando? si esta ¿existencia? fue causada por Jesús. Un día en su recámara nos tocó la frente y nos comentó con parsimonia que podíamos seguir viajando al pasado y al futuro como neutrinos; años después hizo lo mismo, pero agregó que omitiéramos la mayéutica y nos apostáramos en los sentimientos y emociones.

No sé cómo hacerlo, no sé ni entiendo lo que soy. Un ser “es, hace, tiene”. ¿Cómo asirse a algo sin esas premisas? Me estoy quedando sin referencias concretas o etéreas. Poco a poco voy perdiendo la capacidad de asociar día-luz y oscuridad-noche; paulatinamente huyen de mí la nostalgia y el deseo; siento que me voy extraviando en el espacio que no es más el vacío hipotético de nuestras percepciones.

Jesús Arteaga fue el hombre espacial en donde sigue encallando, cada vez con menor fuerza, mi memoria que al divulgarla se pierde.

viernes, 11 de julio de 2008

Walker Roads, Conversador

Me acaban de entregar la correspondencia, y entre los estados de cuenta viene un sobre remitido desde Ontario, Canadá. Sé lo que significa, pero me intriga su contenido. A lo mejor se trata de una de las tantas ocurrencias de ese barbaján.

Hace 25 años, al partir definitivamente de México, Walker me dijo. –Cuando te llegue una carta mía, sabrás que he muerto–.

Era un tipo excepcional, y eso de la carta lo sacó de un cuento que le gustaba mucho y que siempre lo traía en el bolsillo.

Fue genial y extraordinario. Su melena pelirroja y su estatura, escandalizaban cualquier mirada. No había nada más estridente que verlo callado. Uno lo miraba y era una promesa de carnaval. Su conversación era rica, no creo que haya otro apelativo para describirla: rica. La manera en que combinaba sus gesticulaciones y el movimiento de sus manos con su voz, caray, adquiría un ritmo impresionante que mantenía atentos a sus escuchas. Más que conversador parecía un expositor de ideas, y creo que disfrutaba hacerlo tanto o más que nosotros. Ahora que rememoro esto, hablaba perfectamente el español, no parecía angloparlante.

Una vez, a mi esposa y a mí nos confesó que no moriría por ninguna enfermedad relacionada con el cigarro, y es que Walker solía terminarse una cajetilla al día. Su explicación fue inaudita: –Adriana, Juvenal, lo que pasa es que no se ha sembrado en ningún lugar del mundo, la planta de tabaco que ha de matarme, susurrando continuaba –Eso me permite fumar en grandes cantidades sin la carga emocional negativa que conlleva la culpa inconsciente por dañar tu salud–.

Años después, al ver que Walker no fumó un solo cigarro durante una velada que duró más de seis horas, le inquirí sobre esa notoria ausencia.

–Juvenal, hace medio año dejé de fumar. Dedos humanos han sembrado la planta de tabaco que ha de matarme. Dedos prietos de niño, quizás en algún lugar de Turquía. No quiero arriesgarme.

El tono oscuro y severo con el que me lo dijo, evitó que hiciera más preguntas.

En otra ocasión, nos dijo que para reconocer qué tan autoritaria es una persona, basta con saber cuántas comparaciones hace al día. Esa vez me sentí ofendido porque sentí que me estaba describiendo. Aquella noche no pude conciliar el sueño, rápidamente. Sabía que Walker tenía razón, que lo mucho o poco totalitaria que pueda llegar a ser una persona, se identifica en la elaboración de su discurso, particularmente con el número de comparaciones con que exponga y sustente una idea. Para ese tipo de cosas siempre fui mejor que Walker, que si de algo carecía era de tacto para decir ciertas cosas.

La noche que dejó el país, en la reunión organizada por mi esposa, con motivo de su partida –Jamás pasó por mi mente no volverlo a ver–, nos contó una película de Woody Allen que ninguno de los presentes habíamos visto. Imaginarnos a Allen haciendo las cosas, descritas de manera extraordinaria, que Walker narraba, nos mató de la risa. Carcajadas por todos lados. Sobre todo la parte en donde están tres oficinistas en el baño de caballeros lavándose los dientes, uno de ellos es Woody. La situación era que estaban compitiendo por un mismo puesto. Previamente, los tres habían orinado y era tal la competencia entre ellos, que el que echó la orinada más larga se sintió un triunfador. Pero ahí no quedó la cosa, fueron más allá e inconscientemente los tres empezaron a competir por ver quién sacaba más espuma al cepillarse los dientes. Y ahí estaban los tres casi desangrándose las encías con la boca llena de espuma. En eso entra el jefe al baño y se sintieron tan ridículos. Creo recordar que el puesto no se lo quedó ninguno de ellos, sino una mujer. Pero la crítica de la competencia a través de su ridiculización, fue fantástica por parte de Allen.

Más ridículos nos sentimos los ahí presentes cuando, años después, nos dimos cuenta que todo había sido un invento de Walker, tal película nunca fue filmada por Allen ni por nadie.

Abro el sobre, extraigo la carta y leo: –Juvenal, si lees esto quiere decir que estoy muerto. Amigo, siempre te quise, fuiste en el que más confié…

Se nubla mi vista, impido que una lágrima recorra mi mejilla. Tocan a la puerta; con lentitud la abro.

–¡Caíste, Juvenal! –Me grita un Walker burlón y canoso–.

–¡Maldito canalla, dame un abrazo!

sábado, 5 de julio de 2008

Ensayito sobre el Héroe, Natural y Social

1. En una de las páginas extraviadas (o arrancadas) de los libros que dejó escritos el Obispo Manuel Abad y Queipo, escribió que Morelos y Pavón era un hombre taciturno que escondía su gallardía en la liviandad de los días. No reproduciré el resto de sus impresiones, pero me queda claro que el entorno social determina las veracidades y las falsedades de los hombres. Quizás antes del Contrato social de Rousseau, fue al revés.

2. En los libros de biología marina se describen animales abisales que viven y se reproducen bajo condiciones extremas: sin luz y con altísima presión. Esta última condición marina, configura formas estéticas de vida que acá, a nivel del mar o por encima, consideraríamos inauditas. Especies de animales que parecen telas ondeando en el aire; también hay animales que consideraríamos monstruosos.

Un héroe varía de región a región, en el tiempo. Como los diccionarios lo dicen: el héroe es la encarnación de un conjunto de valores determinados por la cultura de que se trate. Incluso las subculturas recrean sus propios héroes. Con lo anterior quiero decir que el héroe y el villano, abusando del término que define a los habitantes de las villas, son idénticos en un Universo al que sólo podemos, hasta ahora, aproximarnos por los conceptos de “principio y fin”.

Créanme que no hay nada más frustrante que un héroe olvidado; mejor aún, que los actos heroicos olvidados. Perece que en estos tiempos de incertidumbre, de indefinición cultural, la acumulación de valores occidentales, pasan desapercibidos. Y es que la civilización y la cultura occidental están en tránsito. Trataré de ser más explícito.

Todo el conjunto de valores que ensalza nuestra cultura y civilización, no están embonando con los privilegios y promesas que enarbolan aquéllas. Si lo anterior es cierto, no vamos a tener héroes en esta época, lo cual nos expone como una generación incapaz de densificar estampas de valores humanos. Quizá por ello hemos dejado de creer en mesianismos y castigamos a quienes lo intentan.

Este tema está detrás de los procesos democratizadores, de la insolvencia de la entelequia llamada Estado, de lo que denominamos iniciativa privada; pero eso será tema de un libro que se publicará en el 2012, por ahora continuemos.

Tuve la indecencia de seguir con cronómetro a un hombre de 48 años de edad, justo en el momento en que se convirtió en héroe, pensé que cambiaría al mundo. Minutos después de ejecutar el acto que lo llevó a la cumbre, se emborracho y golpeó a su mujer e ignoró a sus hijos. Luego, salió a la tienda y se peleó con el tendero por unos pesos. Lo miré alcoholizado antes de quedarse dormido y me sentí un ser humano criogenizado.

En un mundo donde los juicios de valor están mutando, porque a pesar de lo que muchos creen, no se ha logrado definir ni un solo valor nuevo desde la Ilustración, todo ha sido, desde hace décadas, río revuelto. Y, en definitiva, para los héroes no basta con definir o enarbolar valores.

Esta es una época en la que vamos a necesitar héroes, pero no al clásico, porque las cosas cambiaron. Las condiciones sociales son tan volátiles pero a la vez se están densificando y requeriremos de héroes desapercibidos, grises, anulados. Siento que debe ser así porque los héroes evidentes son fácilmente anulados.

Ahora será más fácil darle sentido a los dos primeros puntos del texto:

La vida no es como el mar (qué haría un escritor sin las metáforas, carajo); nuestros actos dejan rastro sólo en la medida en que haya testigos; en el mar (o en la mar como decía Hemingway, cuando lo refería picado) no podemos asir al héroe, pero somos animales terrenales y la vida se nos viene al pelo. Si ustedes son sensibles habrán notado que las líneas de entendi (miento) de la vida están tensando nuestra estancia en el planeta.

Es posible, pero no probable que surja un héroe en el entorno abisal de nuestro mundo. A lo mejor la densidad de la iniquidad (que no inequidad) en la distribución del ingreso, del amor y la comunicación, estén forjando un héroe. No esperen a Supermán, ni al Hombre araña; la ironía se las ahorro. Me refiero a una mujer u hombre que bailando bolero te haga calentar, que mientras habla te haga escribir, que mientras te mire, te provoque pasión.

Procuremos la identificación de esos héroes como respuesta al lenguaje que a través de la comunicación intensa, se convierte en virus.